Se propone: vaso ancho colmado de hielo, corteza de limón, un botellín de Schweepes y una medida razonable de Plymouth Gin© Andrew

Banda sonora: Joe Henry, Sign.

Expiraba la década de los ochenta, para lo bueno y para lo malo. Se era joven, rebelde (lo justo) y callejero, en especial eso último. La oferta no distaba mucho de la que se someramente se expone. La Schweppes siempre estuvo ahí y ahí sigue, inasequible al desaliento que debiera provocarle la feroz y desleal competencia. Volveremos a referirla. La Finley, como su nieta, esa Nordic con que la bebida de cola por antonomasia agasaja a los hosteleros más desaprensivos (menos sensibles, más miserables), no valía un duro.

Para la base alcohólica, hablamos de ginebra, había que arreglarse con tres etiquetas que se ordenan por precio ascendente de entonces, pesetas, claro: Rives, Larios o Gordons. El Puerto de Santa María, Málaga y Londres. Las botellas de Beefeater o Tanqueray solían ser en aquellos años rara avis en los estantes de los bares juveniles.

El recipiente solía variar entre los implacables tanques de duralex, modelo Saboya, más indicados para la cerveza, y los finos, por endebles, vasos de tubo. Un detalle poco habitual del camarero de turno pasaba por rematar el cuadro con una rodaja de limón. Si hablamos de los ocupantes del otro lado de la barra hay que recordar, con cariño y gratitud, a los amigos que se ganaban de esa guisa sus primeros durillos y que, de paso, nos aliviaban los costes del fin de semana. Así lucían, más o menos, los gin-tonics de nuestra mocedad.

Hogaño, los clubs de moda albergan del orden de 250 marcas de ginebra, 25 de tónica y otras tantas maneras de aderezar, hasta el hartazgo en muchos casos, nuestro combinado predilecto. La copa de balón se ha convertido en requisito indispensable y la tónica ha de servirse sobre chucharilla imperial para, supuestamente, preservar la integridad del gas carbónico. Un ceremonial en toda regla.

Hablando de gases, el pionero introductor de las burbujas en las bebidas fue el suizo-alemán Johan Jacob Schweppe (vivió y murió con 81 años en… Ginebra). Un buen día agregó quinina al agua carbonatada y puso los cimientos hacia 1870 de la tónica, bebida que los ingleses residentes en la India colonial empezaron a tomar como medida preventiva para espantar el paludismo. El problema era el amargor extremo que aportaba el alcaloide al brebaje. Pero a grandes males, grandes remedios: un chorro de ginebra y asunto resuelto.

Lo curioso es que la bebida inglesa por antonomasia, sobre todo a partir del siglo XVIII, pudo ser creada por monjes holandeses a comienzos del XII como remedio para plantar cara a la peste bubónica. Esa genever fue la que a finales del XVI descubrieron unos perplejos soldados británicos y llevaron en el equipaje de vuelta a las islas. Guillermo de Orange cerraría el círculo al prohibir las importaciones de licores y servir en bandeja a los ingleses la posibilidad de elaborar su propia ginebra.

Es momento de navegar hacia el puerto de Plymouth, Condado de Devon, suroeste de Inglaterra. La ginebra británica con más solera es la también bautizada como Plymouth que en 1793 (con una denominación anterior, Coates & Co. y destilada en Black Friars, un monasterio dominico próximo al puerto desde el que zarpó el Mayflower hacia las tierras ignotas del norte americano) ya podía presumir de ser la bebida oficial de la Royal Navy y de lucir la denominación de origen en su etiqueta. Esa fórmula primigenia, sustentada en una cuidadosa selección de botánicos y la fineza del agua del Parque Nacional de Dartmoor, sigue siendo el secreto mejor guardado hasta hoy bajo la responsabilidad del maestro destilador Sean Harrison.

Dense por invitados. Se propone un vaso ancho bien colmado de hielo, corteza de limón verde para aromatizar, un botellín muy frío de Schweepes y una medida razonable, tirando a corta, de Plymouth Gin. Buena compañía para brindar, por descontado, y el fondo de una canción tan emotiva como la que se enlaza con el arranque de estas letras. Salud.

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