«Vivo para mí y no respondo ante nadie», llegó a decir de sí mismo el propio actor en el transcurso de una conocida entrevista. © Gafa Vintage

¿Se acuerdan de Bullitt? Sí, esa película de persecuciones de coches por las calles de San Francisco, con un teniente de policía al volante de un Ford Mustang GT-390. Pues, les cuento, no es mala idea verla otra vez o, como dirían los entendidos, revisitarla. Ya toca, aunque la rodaran en 1968 —ya ha llovido—, motivos hay, créanme. Les propongo tres, como en los buenos artículos de la revista Jotdown. Y les añado una posdata. Espero acertar en la argumentación. Veamos.

Primer motivo. La peli va de corrupción, mafia, dinero negro, políticos deshonestos, policías que coquetean con la legalidad… en definitiva, lo de siempre. Ese es uno de sus atractivos, pues poca diferencia existe con el presente y, no lo olvidemos, el nuestro es real y no ficción. Hay llamadas de teléfono, encuentros en lugares insospechados, personajes de sainete y una ciudad, que además de dar cobijo a esa chusma, es el decorado perfecto sin mayores argumentos que su propia belleza.

Segundo motivo. Steve McQueen es un chulazo que serpentea entre lo políticamente correcto y el descaro de no confiar en nadie, ni tan siquiera en Jacqueline Bisset (bellísima, por cierto). Luce mejor que nadie los cuellos vueltos (que siempre he odiado), las gafas de sol de pasta y la pelliza verde camuflaje con forro naranja, atributo hoy de grupos ultras. ¿Quién osaría contradecirle? Es un galbana, vale, que de vez en cuando, muy de vez en cuando, piensa en la justicia, esa palabreja que infunde tanto resentimiento como esperanza en el ser humano.

El actor Steve MacQueen al volante del mítico Ford Mustang en una secuencia del filme Bullit.  © Vanity Fair

Tercer motivo. Permítanme que incluya aquí dos en uno: la música y los coches. Déjense llevar (arróstrense, también es una palabra de entendidos) por los ritmos del jazz, a los que hay que sumar la percusión y algo de metal (eran tiempos de drogas sintéticas, miedito). El señor que se encargó de la banda sonora fue Lalo Schifrin, argentino de nacimiento que un buen día compuso la melodía de Misión imposible (ta, ta, tata… ¿me siguen?), pero sin Tom Cruise. Y los coches. Ya ninguna persecución callejera volvió a ser lo que era.

Posdata. Lo prometido es deuda. Bullitt se estrenó en octubre de 1968, después de una primavera muy movida por buena parte del mundo. Un año muy especial para las libertades civiles, los derechos de las minorías, el sentido de la justicia y el significado de la palabra democracia. Este filme fue una revolución a su manera. El héroe es un anti héroe, se rueda la persecución en automóvil más larga de la historia del cine y, algo que hoy nos parece habitual, se rueda en las mismas calles de San Francisco. Algo estaba cambiando.

Evidentemente hubo un antes y un después, con esos automóviles rompiendo las tomas de agua de los bomberos, lanzando por las aceras las papeleras y cargándose los amortiguadores en una ciudad llena de cuestas imposibles. Y también para Steve McQueen, que se convirtió de un día para otro en una estrella del cine. ¿Les he convencido para que vean Bullitt?

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