Pocos pintores gozan hoy de una fama imperecedera con tan sólo cuarenta y cinco lienzos. Conocemos treinta y cinco, y tal vez por ese halo que recubre todavía al pintor holandés, se ha convertido en uno de los más influyentes y comentados de la Historia del arte. En vida, como le ocurrió a otros genios, su obra fue infravalorada, reducida a los catálogos manidos de los pintores del XVII del norte de Europa. Fue un crítico francés, Théophile Thoré-Bürger, quien en 1866 escribió una monografía sobre el pintor de Delft. Le llamó, con acierto, esfinge y lo rescató del naufragio de los siglos pasados.

Johannes Vermeer no es sólo el pintor del azul y de los ocres; es también un fino retratista —posible uso de la cámara oscura aparte— de los interiores fríos y estancos de su ciudad natal, y de la luz tamizada por una ventana entreabierta. Pero no podemos olvidar la insinuación de los rostros, la coreografía de los encuadres que apenas cambian de un lienzo a otro. El artista de Delft continúa atrayendo a los lectores ávidos de sensaciones artísticas renovadas. Vermeer es motivo de ensayos, críticas y estudios comparados sobre su pintura, un fondo insondable de conocimiento sobre composición, color, armonía, texturas y, como no podía ser de otra forma, calidad plástica.

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Portada del libro.  © Titánica

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