En más de seiscientos días de navegación, récord absoluto aún no batido, hundió o capturó 22 barcos aliados. © wikipedia

Puestos a viajar con la imaginación en una aburrida tarde de invierno y a vivir aventuras extraordinarias y mucho más intensas que las de cualquier película, contemos la peripecia del Atlantis, el buque corsario alemán más célebre de la II Guerra Mundial. El capitán de fragata Bernhard Rogge zarpó el 30 de marzo de 1940 con la idea de hundir el mayor número de buques mercantes aliados y entorpecer lo más posible las rutas comerciales británicas.

El Atlantis era un crucero auxiliar, es decir, un navío mercante armado hasta los dientes con el objeto de pasar desapercibido, tomar diferentes identidades nacionales, ocultar su armamento, aproximarse a los enemigos y hundir o apresar la mercancía. En seiscientos tres días de navegación, récord que todavía no ha sido superado por ningún buque corsario, consiguió apresar 22 buques mercantes con más de ciento cuarenta y cinco mil toneladas de carga efectiva.

Y para los que no se quieren gastar 30 euros en un libro que ya se editó en su tiempo (1955), pueden escoger entre dos opciones. La primera es visionar el clásico de 1960, Bajo diez banderas, la película de 1960 protagonizada por Charles Laugthon en la que se da caza al corsario alemán. Y la segunda, comprarse por unos euros el libro de Luis de la Sierra Corsarios alemanes en la Segunda Guerra Mundial.

El crucero pesado HMS Devonshire a toda máquina durante la II Guerra Mundial. © Naval History

Ah! Y su final fue trágico. Fue hundido el Atlantis por el crucero HMS Devonshire el 22 de noviembre de 1941 en el Atlántico Sur. Pero Rogge, con el tiempo, se convirtió en almirante de la Armada de la República Federal Alemana. Accidentes de la historia les llaman. Así que los prisioneros, preferentemente británicos, atestaban sus bodegas, mientras Rogge se paseaba por el puente con su impecable uniforme de la Kriegsmarine, que ya es un atuendo espectacular para hacer la guerra.

Dicen que saludaba a sus subordinados con un «buenos días» y nada del «Heil Hitler» de rigor, pero la cruz gamada ondeaba a popa, que conste. El lector que esté más interesado puede sumergirse ahora las memorias de aquel tremendo viaje que dio la vuelta al mundo un par de veces gracias a Bajo diez banderas, de Edhasa, en su colección Terra Incógnita, una suerte de memorias del propio Rogge.

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