Nadie mejor que Robert Redford para lucir un lobo marino como en el filme de 1975 Los tres días del cóndor© The New York Times

Póngase un lobo marino (según otros hay que llamarlo lobo de mar) y verá la diferencia. Les aseguro que nos se van a sentir igual en la vida. Es una prenda que desprende estilo o, ya puestos, tal vez sea al revés. Porque para ponerse un abrigo de ese porte se necesitan arrestos. Hay que usarlo en latitudes más septentrionales. Háganse con uno en los fríos del norte, en las ciudades donde campean las humedades y los líquenes. Si viven más al sur y son peliculeros —binomio muy habitual donde los atardeceres son de aplauso— no le van a dar mucho uso, pero sí les reconfortará el alma saber que llevan algo encima como Robert Redford en Los tres días del cóndor.

El lobo marino, o chaquetón marinero, así como la trenca (que es una hermana menor de nuestro protagonista) fueron popularizados por la Marina Real británica. Durante la Gran Guerra, los soldados empezaron a utilizar una versión en color camel que, con pequeñas variaciones, volvió a ser empleada en la II Guerra Mundial. Al terminar el conflicto, el Gobierno liquidó el equipamiento militar a precios muy bajos y las trencas se volvieron ubicuas entre la población general. Dos siglos antes, la armada de Su Majestad ya había incluido el lobo marino, llamado algunas veces pea coat (picot en román paladino), como parte de su uniforme de invierno. Con su doble abotonadura y sus grandes solapas, llegaría al Ejército estadounidense a principios del siglo XX.

Y, ya saben, de ahí al resto del mundo, como el chicle o los pantalones vaqueros. El lobo marino debe ser azul oscuro o azul almirante (fascinante ese adjetivo), de solapas amplias, seis botones gruesos en dos filas de dos y un forro grueso de paño que ayude a combatir los fríos en cubierta, en la intemperie de la alta mar. El resto es imaginación y un poco de literatura bélica o de aventuras. Nada mejor que sentirse como Brill (Gene Hackman) en Enemigo público (1998), que luce un modelo clásico o el auténtico lobo de mar personificado en Robert Shaw en Tiburón, la obra maestra de Steven Spielberg.

Una escena del filme Enemigo público (1998), Gene Hackman ataviado a la perfección. © LA Times

Paul Smith le ha devuelto en nuestros días su carácter más marinero y Tommy Hilfiger ha decidido integrarlo en unos rurales años setenta. Mucho más conservadores se muestran Salvatore Ferragamo y Cornelliani a la hora de reinterpretar el pea coat, una de las prendas que fueron favoritas de toda una Jackie Onassis, por ejemplo, porque también el lobo marino es de féminas, aunque no lo parezca. Estas firmas mantienen su tejido original, la lana, y solo juegan con las décadas en las que se inspiran: los sesenta, en el primer caso: los veinte, en el segundo.

Pero si quieren comprar uno, busquen tiendas de militaria, de esas que están escondidas por mor de las mercancías que exhiben en estos tiempos de buenismos y correcciones políticas a cascoporro. A buen precio, pueden adquirir un ejemplar magnífico, original de la US Navy. Y nada más hay que hacer para conservarlos durante décadas: un cepillado y poco más. A fin de cuentas el lobo marino es una inversión, una prenda que se ganará el corazón de vuestras madres para siempre. Lo que darían ellas para que no te lo quitaras en todo el año o toda una vida, si cabe.

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