Fotografía coloreada del desfile de la Wermacht por los campos Elíseos de París. © Mundo SGM

París en los años treinta era la tierra de promisión para los artistas, quien no malvivía en sus calles o andaba sisando por los cafés y las tertulias literarias simplemente no era nadie. Y hete aquí que un buen día los parisinos vieron por los Campos Elíseos una mancha verde avanzando al ritmo de marchas militares. Eran los soldados de la Wermacht, que miraban alrededor con los ojos asombrados de quien no ha visto una ciudad europea abierta y cosmopolita en su puñetera vida.

Entonces la capital de Francia se encontró invadida y decapitada durante los cuatro años más largos de su historia reciente. ¿Qué hicieron los artistas? Ésa es la pregunta que suponemos se hizo Alan Riding, el autor de Y siguió la fiesta: la vida cultural en el París ocupado por los nazis, antes de ponerse frente al folio en blanco. Unos colaboraron con los alemanes y aprovecharon la coyuntura para publicar o montar exposiciones, cotos que antes tenía vallados.

Pero la mayoría se pasó a la resistencia, dejando algunos la vida esparcida en las cunetas. No sé si los intelectuales tienen un deber moral con la sociedad en esas trágicas circunstancias de ocupación por una nación extranjera, y mucho menos pensar en un liderazgo ético. Su calidad humana no debe ser paralela a su calidad artística, pues la Segunda Guerra Mundial supuso un vuelco en los valores occidentales. En España sufrimos algo parecido, tal vez peor. Nos hace falta un libro como el de Alan Riding, aunque tan sólo se escriba para honrar a tantos desaparecidos sin ninguna justificación posible.

 

Portada del libro.  © Amazon

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