Tal vez la crisis ha barrido el espíritu aventurero, que acaso dormita hoy en la cola del paro y en los comedores sociales. © Ridvan Kol
El mundo ha cambiado… y tanto. Pregúntenselo a los exploradores y aventureros. ¿Dónde están hoy? Apenas quedan horizontes y zonas inexploradas, vamos, que donde pongamos un pie hay una bolsa de plástico del Carrefour. Y hasta se da el caso de poner nuestros reales en el Polo Norte y encontrarse de sopetón con unos millonetis rusos que han pagado unos euros para tomarse unas copas de vodka. (Que se lo cuente mejor Jesús Calleja en uno de sus reportajes habituales).
Tal vez la crisis ha barrido el espíritu aventurero, que acaso dormita en la cola del paro o en los comedores sociales. Y es que a la National Geographic le quedan dos afeitados. Póngase a andar hasta que encuentre un paraje donde no haya una torre eléctrica o un cercado donde ponga “propiedad privada”, ni les cuento los kilómetros para ver un río —lo siento, Guadalquivir— que no esté contaminado o que, simplemente, le llueva por el camino.
Así que no nos queda otra que convertirnos en aventureros en zapatillas con la chaqueta del chándal sobre el pijama, por aquello de no coger frío en los costados… Y literatura, mucha literatura: pueden empezar con La expedición de la Kon-Tiki, de Thor Heyerdhal, seguro que les entretiene. Y a la cama antes de las once, nada de dormir en la selva rodeados de escorpiones gigantes, que mañana nos espera una dura jornada buscando las fuentes del wikipedia.
Ya apenas quedan en nuestro planeta paisajes sin hollar por los pies del ser humano. © Mhobl
A lo mejor la aventura clásica ha cambiado sus planteamientos. La cuestión es más prosaica. Pues la supervivencia en la gran ciudad, buscarse el pan cada mañana, abrirse un hueco —se pueden utilizar los codos— en nuestra profesión y dormir cada noche con la sensación de no haber metido la pata es la gran empresa del ser humano. ¡Me entiendes de una vez, señor Livingstone!