El cantante recibió el Óscar de 1998 a la mejor canción por el tema Miss Misery de la película El indomable Will Hunting. © Pictaram
El pasado 21 de octubre se cumplían 10 años de la terrible muerte del cantautor norteamericano Steven Paul Smith (1969-2003). Nunca han terminado de aclararse los pormenores del funesto desenlace. Parece que se desencadenó una fuerte discusión con Jennifer, su compañera, en el domicilio de la pareja en Los Ángeles. Ella determinó encerrarse en el baño. La decisión de él sobrepasó cualquier límite imaginable: se clavó por dos veces un cuchillo de sierra en el pecho. Alguien apuntó el hallazgo de una sobrecogedora nota sobre un post-it amarillo: “I’m so sorry —love, Elliott. God forgive me”.
Terminaba de este modo, abrupto y espantoso, la carrera de un músico atenazado desde muy joven por los problemas derivados de la depresión, el alcoholismo y la drogadicción, pero dotado a la vez de un talento y una sensibilidad fuera de lo común. Dejaba un legado de cinco álbumes, si bien se publicaron dos más a título póstumo en 2004 y 2007, además de los tres que grabara con su antigua banda (Heatmiser) entre 1993 y 1996.
Como es fácil imaginar, Elliott padeció los rigores de una infancia compleja en Duncanville (Texas), marcada en parte por la separación de sus padres, consumada un año después de su nacimiento en Omaha (Nebraska), y la tortuosa relación posterior con su padrastro, un malnacido llamado Charlie. Ello no impidió que se graduara en 1991 en Filosofía y Ciencias Políticas en Amhert (Massachussetts), dos años antes de dedicarse con cierta continuidad a la música y formar en Hampshire junto a varios compañeros de clase el referido grupo Heatmiser.
Los primeros pasos de la trayectoria en solitario de Elliott Smith, compartida con Heatmiser hasta 1996, tienen un reflejo somero aunque bastante fiel en el cortometraje de Jem Cohen Lucky Three: an Elliott Smith Portrait (1997). Hacia esa fecha, Elliott había publicado ya sus dos primeros trabajos, Roman Candle (1994) y Elliott Smith (1995), y estaba a punto de ver la luz uno de los más valorados por sus seguidores, Either/Or (1997). Las canciones, concebidas casi exclusivamente para voz y guitarra en los primeros tiempos, comenzaron a enriquecerse instrumentalmente y a apoderar la voz susurrante de su intérprete. Sin embargo, los problemas de Elliott con el alcohol y los antidepresivos comenzaron a marcar su rutina y le llevaron a tomar medidas que, provisionalmente, iban a servirle de bien poco.
De manera paralela, el director de cine Gus Van Sant invitó a Elliott a participar en la banda sonora del filme Good Will Hunting (1997). Una de las nueve nominaciones a los Óscar que logró la cinta fue, precisamente, la destinada a mejor canción, un tema inédito titulado Miss Misery. Aunque no se lograra el reconocimiento de la estatuilla Smith interpretó el tema en la ceremonia acompañado por una orquesta, su guitarra y el mismo traje blanco (y un ya preocupante desaliño) que lucía en el videoclip oficial.
En 1998, mientras soporta a duras penas una de las peores etapas de su depresión crónica, firma por la multinacional Dreamworks con la que edita sus dos trabajos siguientes: XO (1998) y Figure 8 (2000). En esos años de tránsito hacia el nuevo siglo nacen canciones tan memorables como Waltz#2, Independence Day, Everythings Means Nothing To Me o Hapiness/The Gondola Man. De manera lastimosa Elliott Smith pierde por completo las riendas de su vida y se hace adicto a la heroína y el crack. Su último trabajo, From a Basement on the Hill, que comenzó a gestarse en 2001 pero terminó publicándose a título póstumo en 2004, fue el resultado de una infructuosa lucha contra sus propios fantasmas.
Los contados conciertos que consigue ofrecer en esos últimos años resultan de todo punto lamentables, apenas recordaba los acordes y las letras de las canciones y su aspecto externo resultaba, sencillamente, grotesco. Con todo, Elliott se sometió a diversos tratamientos y llegó a experimentar una considerable mejoría en su estado. De hecho, la gran paradoja se desvela cuando se hace público el informe del forense que certificó su muerte: salvo restos de antidepresivos y otras medicaciones, a niveles de prescripción médica, en la sangre de Elliott Smith no apareció ni rastro de alcohol o sustancias ilegales.
Pese a que se haya cumplido una década larga de su desaparición, la influencia de Elliott Smith en las actuales generaciones de músicos del planeta permanece intacta. Un tipo atormentado y débil, depresivo hasta la extenuación, que decidió con 34 años, en el mejor momento artístico de su vida y cuando parecía estar superando sus malditas adicciones, que no merecía la pena seguir firmando canciones tan hermosas, melodías tan tristes y conmovedoras como su propio tránsito por este mundo.