El escritor y periodista Truman Capote publicó A sangre fría en 1966, aunque comenzó su redacción en 1959. © Esquire
Una fría mañana de 1959 los vecinos de Holcomb, Kansas, se despertaron con la terrible noticia de la muerte de sus vecinos más respetados, los Clutter. Madre, padre y dos hijos adolescentes fueron asesinados por dos presos que se encontraban en libertad condicional: Dick Hickock y Perry Edward Smith (los de la ilustración). El motivo, la supuesta caja fuerte que contendría unos diez mil dólares, pues no había esa cantidad de dinero y los ladrones decidieron matarlos a sangre fría. Después de una corta pesquisa fueron detenidos y sentenciados a muerte, condena que se cumplió unos años después.
Los Clutter eran gente próspera, que vivía de la agricultura, habitantes de un pequeño pueblo metodista. Tenían buena reputación; eran religiosos y asistían sin fallar a los servicios dominicales. Generosos, algo paletos, trabajadores, sanos, no tenían aparentes enemigos. De esos que para comer hacen kilos y kilos de zanahorias y montañas de puré de patatas… La historia trágica saltó como un resorte en las cabeceras de todo el país.
Un joven escritor llamado Truman Capote —vaya apellido más sugerente para un torero— se interesó por la historia y se puso manos a la obra. No sabemos a ciencia cierta si A sangre fría es una novela o un largo reportaje periodístico, poco importa, la verdad. Desfilan vecinos, policías, sospechosos y hasta el propio autor, que se mete en sus conciencias para intentar desentrañar lo esencial: ¿por qué tuvieron que matar a personas inocentes?
Esas preguntas son las que alimentan todavía las parrillas de las cadenas de televisión en forma de series y filmes que bucean en las mentes de los asesinos. Por cierto, en 1967 se estrenó una película basada en los hechos de Holcomb, que en nuestro país se llevó una serie de cortes de la censura.
Portada del libro. © Casa del Libro