El escritor colombiano Gabriel García Márquez posa con un ejemplar de la primera edición Cien años de soledad sobre su cabeza. © Colita/CORBIS
Llegan libros a nuestras manos como desembarcan las amistades en nuestras vidas, algunas para quedarse para siempre, otras en tropel y algunas veces como estaciones de paso, como las galerías de pasajeros distraídos y tristes que viajan por ciudades superpobladas. Algunos se marchan, otros dicen adiós y algún día tal vez regresen con nuevas experiencias. Así son también los párrafos de los libros, de algunos libros, por cierto. ¿Qué les parece ese viejo zorro de Gabriel García Márquez cuando le da por contar historias?
Los libros hacen por nosotros más de lo que les pedimos, créanselo, y simplemente se consigue leyendo de vez en cuando. Nos acompañan cuando somos coléricos o nos acarician cuando somos indolentes. Un libro de viajes de Henry James durante sus Vacaciones en Roma está escrito con primor y cuidado, pero es ese amigo al que nunca llegaremos a conocer del todo. Sus párrafos son una maraña de sinsentidos, que se suceden sin saber realmente qué ha ocurrido, por eso nos quedamos empantanados en su lectura.
Tal vez sea la química, el pellizco o vaya usted a saber. A lo mejor en otro momento de nuestras vidas, cuando la madurez alumbre nuevos caminos, aplaudiremos a Henry James. El caso es que los capítulos se hacen cuesta arriba hasta que cae en nuestras manos de lector ávido de sensaciones otra historia, otro viejo amigo que de tarde en tarde nos encontramos y apenas hay que contarse nada, nos ponemos al día con una simple mirada.
Así es Gabriel García Márquez en Vivir para contarla, su vida párrafo a párrafo, tan literaria como sus novelas (ahora que ha desaparecido se hace este libro más necesario que nunca). Allí se cruzan sus recuerdos con las primeras ideas de la saga que protagoniza Cien años de soledad. El verbo te atrapa, la amistad se hace palpable y el torrente de literatura apenas si se puede paladear. Surge la sonrisa porque, en definitiva, te reencuentras con vivencias pasadas y gozosas.
Al abordar a García Márquez el lector no sabe si lo que le cuenta el autor es verdad o fábula, si Macondo existió realmente o si la saga de los Buendía es su propia familia. La verdad, el que esto escribe, no es capaz de poner límites entre lo que ocurre ciertamente y lo que se fabula. La literatura debe ser eso, un puente inestable entre la realidad y la ficción, un mundo propio que no tiene unas fronteras definidas, un universo de bolsillo que lo contiene casi todo. Así es la literatura, gracias Gabo. Siempre te echaremos de menos.