Un hermoso ejemplar macho de urogallo, de la subespecie del cantábrico, en pleno celo. © José Luis Rodríguez

Los animales que viven situaciones al límite son fascinantes, y no me refiero a los que hacen gracietas en vídeos domésticos o los monos que roban comida o cosas por el estilo, sino a las especies al borde de la extinción. A fin de cuentas es una película de suspense en la que antes o después se producirá el trágico desenlace. A ver, una gallo de buena crianza en poco se diferencia del urogallo, pero este último está en claro peligro de desaparición. La historia entonces da un giro. El urogallo ya es mítico, único, exclusivo, pues vive en ese duro trance entre la vida y la muerte, y siempre tiene al ser humano como responsable.

La escasez de las parejas reproductores lo convierten en un símbolo para los conservacionistas, por aquello de la diversidad genética (A veces me pregunto si Félix Rodríguez de la Fuente conocería este lenguaje tan moderno). Añadamos, es una reliquia de la última era glacial, la Würm, que se extendió por la Europa del Norte hace unos diez mil años. Es decir, un fósil viviente que abandonó las estepas heladas para buscar refugio en las laderas inaccesibles de la cordillera Cantábrica y en los Pirineos, pues es en España donde tiene el futuro más oscuro, tanto como el hermoso plumaje del macho.

El drama de la especie es aún mayor, puesto que en la Península Ibérica hay dos subespecies, la pirenaica y la cantábrica, evidentemente aisladas desde hace siglos. La cantábrica es la que tiene las peores perspectivas de futuro a medio plazo, pues sus poblaciones comienzan a estar aisladas entre sí sin posibilidad de renovación genética. La población de urogallos en Galicia se considera prácticamente extinguida, dado que está mucho más aislada del resto. En Cantabria se le considera prácticamente extinto y quedan algunas unidades remanentes en el entorno de Picos de Europa. Los esfuerzos realizados por las autoridades parecen abocados al fracaso.

Un urogallo macho con la cola desplegada en plenos quehaceres previos a la reproducción a finales del invierno. © wikipedia

La extinción de cualquier especie es un cúmulo de desgracias concatenadas: la eliminación del hábitat originario, la desidia de las autoridades (ya me entienden), la caza furtiva, la presión humana incontenible con sus edificios, sus carreteras… Esta bella especie dejará de cantar en lo más apartado de los bosques en los que vive, tan sólo nos quedarán las fotografías y las filmaciones de su cortejo, por cierto, alucinante. A lo mejor cualquier día hacemos un artículo en honor de los gallos desaparecidos o, al ritmo que vamos, no nos quedarán ni gorriones en los parques a los que echarles migas de pan.

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