Carta franqueada con dos series conmemorativas de los correos de la Alemania nazi en la ciudad austríaca de Innsbruck. © Colección del autor
Los coleccionistas de sellos pueden con todo, hasta con las guerras y… los nazis. El año 1944, en concreto el mes de julio, fue duro para los ejércitos de Adolf Hitler: retrocedían en el frente ruso, los aliados tenían un pie en Europa y los civiles recibían una lluvia constante de bombas. Un panorama nada esperanzador para los pacientes y austeros filatélicos. Pero ahí estaban, con esas ganas inagotables por hacerse con sellos, cartas y matasellos.
La carta de la imagen se mataselló en Innsbruck (actual Austria) el diecisiete de julio de 1944 con tres series conmemorativas en su frontal. Se cerró sin nada en su interior, lo normal entre amantes de las cartas: el motivo no importa, sino el medio (gracias, McLuhan). La primera de las series está dedicada al décimo aniversario de la R.A.D, el Servicio Nacional del Trabajo, que creara el coronel Konstantin Hierl (Y&T 819-20). En 1943 se armó ligeramente, ya en 1944 acudió a los frentes y fue aniquilado por los rusos. Los dibujos, bellísimos —entiéndanme, hablamos de nazismo—, son de R. Ahrle y representan a dos voluntarios, hombre (gorro cuartelero) y mujer (emblema en el pañuelo al cuello). Y fueron impresos en los talleres de Schnell und J. Piwczyk.
Una imagen de la Königsberg devastada por los combates de la II Guerra Mundial. © El Confidencial
Pero hay más. La segunda de las series conmemora el séptimo torneo de tiro celebrado en Innsbruck (Y&T 817-8), es decir, el motivo fundamental de la cubierta por el uso del matasellos especial, y lo que movió al coleccionista a franquear la carta. En los dos valores, un tirador ataviado a la vieja usanza acompaña a un soldado de la Wermacht. Y, por último, la serie del cuatrocientos aniversario de la creación de la Universidad Alberto de Königsberg (Y&T 816), que hoy es una ciudad entre Lituania y Rusia, la única salida al Mar Báltico de los rusos. De la patria chica de Immanuel Kant no queda ni una piedra (¡snif, snif…!) y ahora se llama Kaliningrado.
La guerra acabó, se dibujaron nuevas fronteras, algunos nazis más que otros fueron castigados, nació la Unión Europea y sufrimos desde entonces varias crisis económicas, como la que ahora padecemos, la que toca, pero la carta quedó franqueda para siempre, con destino al señor Konrad Nützel en Colonia. Por cierto, este señor era médico y publicó en 1938 Experiencias en el tratamiento de la gonorrea con ularon. Toma ya.