Un fotograma de la película Harry el Sucio (1971), protagonizada por Clint Eastwood, donde luce su famoso Colt 45. © RTVE

¿Por qué no ir armado todos los días? No esbocen unas sonrisitas malévolas (en ese aspecto uno, como hombre, hace lo que buenamente puede). Me refiero a portar un arma como un complemento más de la ropa masculina, como la corbata o la americana. Insisto, no se rían abiertamente ahora los grupos feministas y los señores que jamás han ojeado una revista de moda.

Observen esas publicaciones con detenimiento. En ellos se destroza al hombre con barbas de colores, faldas estampadas o cualquier ingenio salido de la mente de un modisto, y nadie protesta. No. Me refiero a acatar la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos como si se tratase de los mandamientos de Coco Chanel. Iría un poco más allá: grabar esas palabras en el espejo cada mañana antes de ponerse un pegotón de crema hidratante y maldecir nuestra suerte porque no nos ha tocado la lotería.

Dice así, con las diferencias oportunas entre el Congreso y cada uno de los Estados: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas, no será infringido”. Recuerden, se redactó el 15 de diciembre de 1791. Y ya ha llovido, ¿verdad, señor Donald Trump?

Verán, no soy capaz subir el tono de voz a una señora que se ha colado en la caja del supermercado, ni de matar a un insecto —creo que esos trances no se superan por no haber prestado el Servicio Militar—, pero eso de portar un arma debe poner, ya lo creo. No me negarán que un buen revólver en la pantorrilla da un poco más seguridad en la cola del paro.

El agente James Bond (Roger Moore) porta la famosa Walther PPK en una imagen promocional de la saga. © Hipertextual

En mi caso particular me salió la barba muy tarde, mi madre no me apuntó a karate y en la feria evitaba la caseta del tiro al blanco. En esos parámetros me socializaba, es decir, con la falta de socialización, evidentemente. Se suplía con los libros y el cine, que más que ayudar a un niño, le confunden todavía más en esos problemáticos sintagmas “entender y buscar tu lugar en el mundo”. Ahora, con la madurez, que es esa extraña etapa en la que se espera a la vejez con los brazos abiertos, uno se hace más hombre o, en otra palabras, le da igual la corrección política o el buenismo, que está muy de moda. Y, en mi caso concreto, se confunde con facilidad la realidad con la ficción, lo que complica aún más el panorama afectivo-personal.

¿Qué les parece llevar encima el descomunal Modelo 29 calibre .44 Magnum de Smith & Wesson de Harry Callahan? ¿Y la elegante Beretta 950B de James Bond? Apunten más, el bastón estoque de Valle-Inclán (que llegó a usar en un duelo, otro que confundía la verdad con la literatura), el Colt 45 de John Wayne, el florete del teniente Gabriel Feraud, la katana heredada del capitán Nathan Algren, o el rifle de dos cañones de Ernest Hemingway. ¿Dónde dejarían el revólver que utilizó Rimbaud para dispararle a Verlaine?

Pero, como podrán comprobar, son personajes en su mayoría de ficción, que viven en películas o novelas, o reales que habitan en su particular mundo, donde las balas nunca se pierden, cumplen perfectos planes de venganza, las cargan los buenos y al final el malo paga por sus fechorías. ¡Qué rayos! ¿No sienta mejor una americana con una pistola en el bolsillo?

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