Tal vez Audrey Hepburn haya sido una de las actrices con más fotogenia de la historia del cine. © Rodney Todd-White &Amp Son

El color en cualquier fotografía da vida, aunque el blanco y negro transporta las emociones, las lleva a terrenos en los que la razón no entra. Para mí —duele reconocerlo ahora—, Audrey Hepburn era puro blanco y negro, es decir, esa pasión contagiosa del recuerdo, etimológicamente, aquello que pasa otra vez por el corazón. Pero recientemente la delicada actriz ha vuelto a la vida gracias al color. Ya no es esa delicada ave, esa bella mujer que asiste con entereza al drama humano, todo lo contrario.

Desde que alguien se dedicó a dar vida a las infinitas gamas de grises, gracias a la simetría de un programa de retoque fotográfico de última generación, la Hepburn ha revivido la pasión, ha devuelto el aire e incluso los olores a una imagen bidimensional o, ya puestos, unidimensional. Por eso ahora te enamoras sin dudarlo, sí, porque el amor es, entre otras cosas, el anhelo de abrazar a la otra persona con fuerza y estar en el mismo lugar que ella.

O, lo que es lo mismo, mirar las imágenes sabiendo que me están engañando cuando me engañan y queriendo que me engañen cuando no lo hacen. Complejo, ¿verdad? Así son las imágenes, como la vida misma, te enamoras o no te enamoras. Entras en su juego perverso del que te cuesta salir y ahí, con suerte, no consigues escaparte nunca.

La actriz belga es considerada una de las mayores leyendas de la historia de Hollywood. © Getty Images

Porque Audrey no es en las fotografías una actriz ni una Pin-up descarriada, aunque su vestido y su pose nada inocente nos lo aseguren, sino una mujer candente, distraída en una tarea hogareña tan extraña para ella como el mecanismo de una bomba de hidrógeno. Posee, como dijo el poeta, la perversidad de la belleza y, sin duda, ella lo sabe y lo usa con buen criterio. El color de su piel, su figura menuda pero fuerte, la cercanía de su gesto y el vestido que luce —apenas se ha pasado de moda— potencian su atractivo irrefrenable.

La actriz nos pone ante el espejo sin necesidad de decir ni una palabra. No busquen lo mismo en sus películas, el que esto escribe lo ha intentado, vana ilusión. No se comporta como la extravagante aspirante a actriz Holly Golightly en Desayuno con diamantes, todo lo contrario, es simplemente ella. ¿No es todavía mucho más pérfido el atractivo de su belleza?

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