Sharon Tate era joven, bella, cautivadora, modelo y poseedora de una imagen sencillamente arrebatadora. © Canvas Portrait

No soy muy mitómano, lo reconozco. Apenas he pegado pósteres en las carpetas que usaba en el instituto, ni los he colgado tras la puerta de mi habitación cuando era un adolescente. Unas veces eran actrices, otras veces un superhéroe de cómic los que me atraían como para instalar el altar doméstico de la admiración y… poco más. No he pretendido casi nunca que la imagen, o su posesión, me dejasen llevar por los caminos del fanatismo, de la creencia en esos personajes que viven más allá de los juicios de los hombres, pues siempre me han resultado demasiado humanos. Conocer un mito es humanizarlo. Intenten ese ejercicio y vean los resultados. La lista es interminable, tanto hombres como mujeres e incluso personajes tan irreales como un señor con capa roja que vuela.

A ver, Sharon Tate. ¿Qué les parece? Posee todas las papeletas de un mito. Joven, bella, cautivadora, modelo y poseedora de una imagen sencillamente arrebatadora. Después de hacer sus pinitos en la moda, se dedicó a la actuación con pequeños papeles en series y filmes de bajo presupuesto, hasta que se cruzó con un joven director venido de Polonia, Roman Polanski. De ese flechazo surgió un matrimonio y El baile de los vampiros, una peli de terror que todavía produce sensaciones turbadoras en más de una conciencia. Véanla ahora con tranquilidad en dvd y comprueben lo actuales y controvertidos que resultan sus planteamientos morales.

Sharon Tate en su apartamento de Santa Mónica (1967).  © Gianni Praturlon

El 8 de agosto de 1969, dos semanas antes de salir de fechas, pues la actriz estaba embarazada, organizó una cena informal para no sentirse sola en los días previos de la llegada de Roman. Por lo que invitó a unos amigos cercanos como Abigail Folger, la hija de un conocido millonario; Voyteck Frykowsky, cineasta amigo de Polanski; Steven Parent, y Jay Sabring, el estilista y peluquero que salió en su día con Sharon. Ya en la madrugada de ese mismo día, como una macabra película de terror, irrumpieron en la casa una banda de fanáticos que se hacían llamar La Familia MansonCharles Manson y su secta dieron fin a la vida de todos los que estaban en la casa de la manera más horrorosa que nos podemos imaginar. Hasta se pintaron consignas en la pared con la sangre de los asesinados.

Ahora, muchas décadas después, Sharon Tate es como un fósil, la imagen imborrable de lo que en su día fue una persona de carne y hueso sobre una dura piedra de granito, una huella indeleble. Nos dejó en plenitud de sus facultades, en el momento justo en el que su vida y sus proyectos se desbordan a raudales. Personas así son los mejores mitos, no han envejecido, no se han tenido que reinventar y han quedado como el insecto en el ámbar, incontaminados por lo siglos de los siglos.

La actriz Margot Robbie metida en la piel de la admirada Sharon Tate.  © Sony Pictures

Pero llegó, muchos años después, el director Quentin Tarantino y reescribió otro final de Sharon Tate en Érase una vez en Hollywood. La historia se centra en la vida del actor de Hollywood venido a menos, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), y la de su amigo y doble de acción, Cliff Booth (Brad Pitt). De manera paralela a la trama principal, se narran fragmentos de la vida de la actriz Sharon Tate (Margot Robbie) y de los miembros de la diabólica secta que perpetró el crimen. Gracias a Tarantino podemos disfrutar otra vez de una Sharon Tate otra vez viva. ¿O es ya también la imagen de una imagen?

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