La actriz y cantante sueca Zarah Lander fue una de las bellezas que cautivaron a Adolf Hitler a lo largo de su vida. © Le filme du jour

Del siniestro Adolf Hitler —eso de Adolfo suena fatal— lo sabemos casi todo. Libros y documentales hay para aburrirse. Incluso hace unos años el periodista alemán Lothar Machtan argumentaba en El secreto de Hitler que el dictador alemán era homosexual y que esa condición había marcado buena parte de la política alemana de la década de los treinta: véase la aniquilación del jefe de filas y de la propia organización de las SA, el camorrista Ernst Röhm. ¿Y si no fue así? La verdad es que un hombre con ese peinado y ese bigotito debía espantar a más de una mujer.

Se casó en las ruinas de Berlín cuando los soldados rusos se encontraban a doscientos metros del búnker de la Cancillería con Eva Braun, una mujer ruda y alta que no se sabía muy bien qué hacía por allí. Aparte de la relación tóxica que mantuvo con su sobrina Geli Raubal —se acabó pegándose un tiro la muchacha, normal— muchos son los investigadores que se han afanado en elaborar una lista de las posibles novias, amigas con derecho a roce, amantes, novietas, chorbis, folla-amigas o que simplemente ponían palote a Adolf.

¿Se ponía palote Hitler? Vaya pregunta. Lo sé, han intentando crear una imagen mental y me imagino lo que se les habrá quedado grabado en el subconsciente. Por favor, resetear, resetear… Pues creemos que sí, que el hombre tendría sus momentos de intimidad, que fuera con una mujer, con un fornido miembro de la Leibstandarte o con uno de sus perros… vaya usted a saber. De todas formas, seamos políticamente correctos con un hombre de Estado (?), aunque se pasó la política por el forro de ahí mismo.

Dejemos que este artículo sea buenista con aquel que encarnó el mal en su grado más abominable de los que se tienen noticia, al menos en la vieja Europa. Así que disfruten con la lista —una apuesta personal, seguro que hay más— de féminas que leerán a continuación. Tal vez usted (en teoría puede ser un caballero) se ponga palote con la sucesión de bellezas de los años veinte y treinta. Las hay para todos los gustos, os lo aseguro.

Demos algunos nombres, sin ánimo de establecer una clasificación de mayor a menor o de más roce o menos roce, como prefieran. Hay hasta una española. Empecemos. Zarah Leander era sueca y trabajó para lo servicios secretos soviéticos. A Hitler poco le importaba, le decía a su perra Blondi que cantara como Zarah y dicen que la perra le obedecía. La española —en realidad nació en Argentina— no era otra que Imperio Argentina, que tuvo sus más y sus menos con el ministro de Propaganda, el siniestro y cojitranco Joseph Goebbles. Mantuvo la actriz una entrevista con Hitler a la que dicen acudió con su marido para no quedarse a solas (ejem…).

Marika Rökk.  © Pinterest

Marika (han leído bien) Rökk era otra de las mujeres que colmaban sus gustos. La actriz era una belleza austro-germana de origen húngaro nacida en El Cairo y ex bailarina del Moulin Rouge, que protagonizó en 1941 la primera película en color del cine alemán: Las mujeres son mejores diplomáticos. Se comentaba en sus círculos más cercanos que el propio Hitler decía sentirse plenamente enamorado de Marika (sí, han leído bien). No se conoce que fuera un agente al servicio de una potencia extranjera.

Renate Müller era una actriz y cantante muy popular en la Alemania de los años treinta. Actuó en unas veinticinco películas antes de que los nazis comenzaran a usarla en películas de propaganda como Togger, al considerarla el prototipo de mujer aria. Müller rehusó participar en este tipo de filmes a partir de entonces, pero no se libró de Goebbles. Hitler, compinche del ministro, hizo que la Müller le visitase en la cancillería e hizo lo propio acudiendo al piso de ésta en Berlín. La segunda vez, el líder nazi dejó a la actriz a las cuatro de la mañana (añadan el final que quieran).

Pero hay más. La muy conocida Greta Garbo o la exuberante Marlene Dietrich, ¿por qué no la enigmática Olga Chéjova? Era sabida la afición de Hitler por el cine, pues contaba con una sala privada de proyección donde se lo pasaba bomba con películas que el pueblo alemán no veía ni en sueños. Se acostaba muy tarde y hasta la doce de la mañana no era persona, incluso en plena II Guerra Mundial, y un buen paseo por el campo con su buena camarilla de pelotas completaban la dura jornada del jefe del Estado. Eso es gobernar con mano dura. Tal vez en la oscuridad de la sala, con el ruido de fondo del proyector alimentó los sueños de seductor.

Pero resulta que un reciente estudio —lo pueden equiparar a los que puntualmente explican la sonrisa de la Mona Lisa— afirma que el dictador alemán sufría de hipospadias, es decir, poseía un micropene. Eso explicaría su constante mal humor y esas ganas de conquistar medio mundo. Dos historiadores, Jonathan Mayo y Emma Craigie, afirman en el libro, Hitler’s Last Day: Minute by Minute, que Hitler, al padecer hipospadias, la dolencia se le fue complicando, pues terminó sus últimos días con un miembro muy pequeño. Dios… Cosas así no se las desea uno ni a su peor enemigo.

 

Marlene Dietrich en la película Marruecos (1930).  © Periodista Digital

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