Los primates se encuentran al otro lado del eslabón perdido con el ser humano en la evolución de las especies. © samuelrodgers752

El título de este artículo posee la autoría de Julio Camba o, ya puestos, de Vila-Matas, pues meter un mono en casa y convertirlo en animal de compañía o uno más de la familia, según se mire, ofrece al lector el guiño del atrevimiento, de subvertir las normas sociales con el descaro de un Gómez de la Serna o el desgarro de Canetti. Porque los monos son tendencia o, como dijo un sensato escritor, los monos nunca pasan de moda. ¿Han visto ya El amanecer del planeta de los simios?

Un mono es un trasunto del hombre, un ser humano inocente, pero transgresor, pues lo primero que aprenden son nuestras maldades: fumar, pelearse, chillar, romper trastos… El diestro Curro Romero tuvo un mono que le hacía compañía en los largos viajes por las carreteras españolas, de feria en feria, simplemente porque le hacía gracia, porque realmente nos encantan sus gracietas, esa pálida huella de lo humano que hay en sus gestos. Regálenle uno a mi madre y lo comprenderán.

No sabemos si nos reímos porque nos parecemos a ellos o al revés, apuesto por esto último, tal vez se ríen de nosotros cuando nos pegamos al cristal en un zoo. Un circo no es circo sin una cuadrilla de monos, ni Tarzán es un héroe sin Chita, que era encima un macho (no sean mal pensados). Y repito la palabra mono, puesto que eso de chimpancé, orangután, gorila, simio, babuino o la especie que sea, es meterse en profundidades. Por eso el coronel Taylor gritó a diestro y siniestro: «¡Asquerosos monos!». He dicho.

El actor Johnny Weissmuller interpretando el famoso grito de Tarzán en una de sus películas. © Cordon/El País

No me veo con un mono en casa, debe ser como vivir con un niño pequeño que nunca crece, que se queda anclado en una edad indeterminada en la que jamás se madura (bueno, no debe ser tan malo para el mono, que conste). Me veo más bien como Valle-Inclán, que quería subir al tranvía con un par de leones, o pasear por un parque con un dragón de Komodo. No sé, algo llamativo, pues lo del galgo afgano en collera o el bóxer francés de rigor está algo pasado de moda, la verdad.

En efecto, el mono debe ser protagonista de documentales que nos hagan dormir la siesta a pierna suelta, de esos episodios con finalidad conservacionista que encierran el argumento de una buena novela ambientada en la selva. Los monos ya tienen lo suyo, sus problemas derivados de convivir con los humanos desde hace milenios, porque el eslabón perdido, que nos podría dar muchas explicaciones sobre nuestro origen, está tan extraviado como el manuscrito del Libro de los gorriones de Bécquer.

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