De nacionalidad polaca, pertenecía a una familia adinerada. Descubrió el Arte cuando realizó un viaje a Italia con su abuela. © Museo Nicoli Verona
Como rara avis de la pintura moderna, Tamara de Lempicka juega con la sorpresa y, por qué no decirlo también, con el guiño fingido, con la mirada, no sabemos si a veces más masculina que femenina, que observa a mujeres hermosas, valientes, altivas, enfangadas en un mundo de hombres. Esa es la pintura de esta polaca de carácter que nació en una familia acaudalada y plagada de artistas (así cualquiera, ¿verdad?). Ya con doce años pintó a su hermana y un año más tarde con su abuela viajó a Italia. ¿No les recuerda a la deliciosa novela Una habitación con vistas de E. M. Forster? Ya no pudo quitarse el veneno de la pintura.
Siguiendo la tendencia y los cánones de la estética art decó, pintaba mujeres etéreas, con ropajes flotantes y dedos largos, si bien dan una impresión férrea y escultural por la pincelada pulida y los marcados contrastes de luces y sombras. Son féminas ocupadas en tareas hercúleas, aunque algunas se embelesan plácidamente, como en el caso del lienzo que ilustra este artículo. La robustez es tal vez de Sandro Botticelli, o de Agnolo Bronzino; el retrato es manierista, y del cubismo —sin llegar al arte abstracto—, los ropajes y escasos escenarios donde se enmarcan sus modelos.
Tamara empleaba este eclecticismo o fusión de estilos antiguos para representar temas actuales, donde las figuras visten ropajes y peinados de última moda, pero en el fondo sus mujeres semejan esculturas clásicas. Lempicka tuvo una vida agitada, la que se espera de una mujer fuerte e independiente de la alta sociedad que le tocó vivir. Los vaivenes de la Europa de guerras y entreguerras le pilla lejos, ya en Estados Unidos, donde moriría en 1980, con sus cenizas volando por la cumbre del volcán Popocatépetl, que ya es un descanso eterno (!).
La mujer hermosa y valiente es su constante inspiración en su obra. © Tamara de Lempicka
Pero su influencia está ahí, su estética ha atraído a estrellas del espectáculo como Barbra Streisand, Jack Nicholson y Madonna —¡cómo no!—, de quienes se dice que coleccionan sus lienzos como el que compra chucherías. Seguro que cuelgan sus cuadros en los cuartos de baño y, si tienen la suerte de ser invitados a unos de sus saraos, echan un vistazo por si acaso, seguro que hay un cuadro de Lempicka colgado sobre el váter. Ya por aquí cerca se le ocurrió a un concejal de urbanismo mostrar un Miró sobre el jacuzzi.
La más atrevida por el momento ha sido Madonna, pues se inspiró en esta pintora para su video musical Vogue de 1990 y, sin disimular apenas, aparece uno de sus cuadros en otro vídeo, el de la canción Open yor heart. Ahora, tengan cuidado, le ha dado por los trajes de luces. Lempicka ha superado las modas convulsas, los contrastes de los gustos modernos, cambiantes y agotados en sí mismos antes de nacer. Su propuesta pictórica sigue ahí, provocando y lanzando nuestra mirada a mujeres bellas y solitarias.