La puerta de Brandeburgo durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. © Getty Images

Más que de una geografía del terror, hay que hablar de Berlín como del mayor ejemplo de la geografía de las ruinas y de los escombros. Y no sólo en el aspecto material sino en el espiritual, que es el más profundo y el que ensancha la sima entre el pasado y el presente o, según se mire, los une en un punto negro del destino. Por ejemplo, en los sinuosos ángulos del hermoso rostro de Marlene Dietrich no sólo se representa el paso del tiempo, sino también las claves de una época o, ya puestos, en la líneas de la Puerta de Brandeburgo que rompen el cielo de la capital alemana.

Berlín será siempre (al menos para el que esto escribe) la ciudad de entreguerras, de la bulliciosa Postdamerplatz, de los cafés de Unter der Linden, del hotel Adlon y de los cabarets de la Alexanderplatz. Pero también es el Berlín de las reyertas callejeras entre los miembros de las SA y los simpatizantes de izquierdas, de las vanguardias artísticas y de la miseria en forma de inflación de la agonizante República de Weimar.

Ese blanco y negro que linda con la bella perfección de los edificios, del poso de una ciudad europea, tan acrisolada como París o Londres, ha desaparecido para siempre. Nos queda el recuerdo, que como dijo Primo Levi, se agranda a medida que pasa el tiempo, y además suele dulcificar cualquier arista, como la violencia, la intolerancia y los gobiernos autoritarios.

Marlene Dietrich es Lola Lola en una escena de El ángel azul (1930).  © El español

El pasado esplendoroso —no podemos olvidar la crisis económica consecuencia del famoso crac de 1929— está recogido en nuestros días en las salas de de la firma Dussman, en la sección de postales, donde aparece lo que hoy no es más que un edificio acristalado de oficinas o una fachada agujereado por la metralla del ejército soviético.

Berlín ha conocido la geografía del horror del régimen nazi, una experiencia que nos asombra por su crudeza, y eso se aprecia simplemente con echar un vistazo en las novedades bibliográficas sobre historia del siglo XX. Como si una gran guadaña hubiera cercenado los cimientos de los edificios, así le ocurrió a la capital de Alemania en abril de 1945. Palacios, hoteles, bibliotecas y puentes sobre el Spree han desaparecido para siempre. Y no sólo la gran capital, el Gross Berlín de Albert Speer, sino el Berlín del I y II Reich, con sus palacios de la ópera y sus salas de conciertos.

Mientras, ahí sigue el rostro de Marlene Dietrich, imperturbable al paso del tiempo, cantándole a los soldados de la Wermacht, con el perfil que definiera Josef von Sternberg en El ángel azul (1930). Poco antes de morir en París a los 91 años llegó a decir: «Lo quisimos todo, y lo conseguimos, ¿verdad?». Berlín, al menos, no lo consiguió; Marlene, con su belleza eterna, por supuesto que sí. Y, bajo los pilares de la Puerta de Brandeburgo, los turistas se afanan en hacerse unos selfies simulando la gallardía de los primeros soldados rusos que atravesaron el Tiergarten.

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