La señora parece mirar a la izquierda, se deja desplazar la vista, más bien hacia ningún lado. © Ángel Cervantes
Leído hace unos meses, recordado hace unos días: los españoles hemos vuelto a creer en los milagros. Otra vez sentimos la fiebre de llamar a las puertas del cielo, aunque con menor trasiego de euros en la mano. Nuestra señora aguarda, descansa apoyando su brazo izquierdo sobre un poyete junto a sus dos bolsas de plástico. La primera de ellas presume de haber sido elaborada con material reciclable, como manda el canon medioambiental; la otra ha sido rescatada del imperio low cost de Inditex. Qué sorpresas llevará ocultas. Cierra el cuadro del equipaje lo que parece ser una sencilla rebeca que estorba, agoniza agosto.
La señora parece mirar hacia su izquierda. En realidad durante las esperas se mira poco, se deja desplazar la vista, más bien, hacia ningún lado. O se detiene ante la mayor de las menudencias y ahí se queda, mientras pasan los segundos. Deben rondarse las cuatro y pico de la tarde en el municipio de Arucas, en Gran Canaria, huele a buen café recién hecho. La puerta teñida de verde agua, como casi todas las de la isla, permanece cerrada. Hay lotería nacional, lo anuncia un folio modelado por la humedad, tres palabras escritas en mayúsculas, Times New Roman, cuerpo 72, interlineado 1,5 (más o menos), faena tipográfica de aliño. Cumple su misión, se entiende, para qué más. También hay quiniela, bono loto, el gordo de la primitiva. De todo.
Hemos dejado a la señora desviando la mirada hacia su izquierda, recoge el pelo en una especie de moño caprichoso que asegura con una diadema. Está citada con el azar pero al azar le gusta hacerse esperar, aunque no mucho. Se abrirá la puerta verde agua, se abrirá el monedero de la cartera que, a su vez, custodiará el resguardo todavía caliente hasta el día del sorteo. Nuestra señora tomará de nuevo sus pertenencias y el camino a casa, suspirará: mira que si esta vez…