Una imagen por satélite del atolón de Nukuoro, que pertenece a la llamada Micronesia española. © wikipedia
No sé quién dijo que el Imperio Español se había terminado. Pobre hombre, los imperios nunca mueren, siempre quedan restos, aunque sean tan pequeños como la cagada de una mosca en un mapa. No habrá muchos territorios, pero la honra se llevará siempre dentro. Y es que además de unos islotes en el Mediterráneo —incluido el conflictivo Perejil— los españoles tenemos unos atolones en el Pacífico. Como lo oyen.
Es cierto, nuestro país perdió la guerra con Estados Unidos en 1898. Cedimos —nos obligaron a ceder— las Filipinas y la isla de Guam, que pasó a manos yanquis, pero todavía nos quedaban las Marianas y las Carolinas. Como no había mucho dinero en las arcas públicas (seguro que les suena esta historia) fueron malvendidas a Alemania (tranquilos, que no gobernaba entonces Ángela Merkel, esa señora tan brutal).
Eran un montón de islas, una extensa superficie sin barcos suficientes para patrullar… y los nativos, que hacían su vida plácidamente bajo los cocoteros. Así que se canjearon todas en París en un tratado firmado en 1899. Pero no se incluyeron el grupo de islas que responden a los rimbombantes nombres de: Güedes (o Pegan), Coroa (u Oroa), Pescadores (o Kapingamarangi) y Ocea (o Matador). Así que tenemos un imperio en el Pacífico, que con los tiempos que corren ya es algo. Total, playas de arena dorada, palmeras, olas de color turquesa… y unos cientos de pescadores que pueden ser pseudoespañoles.
Propuesta de bandera de la denominada Micronesia española. © Banderas inauditas
En verdad, son improductivas, desde el punto de vista económico y turístico, sobre todo, por su inaccesibilidad. En definitiva, son un olvido diplomático, que no ha interesado a nadie reclamar. Así que a partir de ahora saquen pecho y digan con voz contundente: ¡Viva la Micronesia Española! Y alegren un poco esa cara de crisis… Hasta aquí la leyenda urbana, pues en el tratado de Paz de París y la posterior venta a Alemania de las Carolinas y las Marianas quedó todo atado y bien atado, cada uno se llevó su parte y nada quedó en el aire. Pero entretenerse con situaciones y entidades hipotéticas sale gratis y, os lo aseguro, es fascinante. Hasta una propuesta de bandera oficial para aquel alejado archipiélago.