La pareja aspirante a la Casa Blanca posa en el verano de 1959 en su residencia de Hyannis Port, Massachusetts. © Mark Shaw

En el verano de 1959 John Fitzgerald Kennedy planeaba la campaña de las elecciones presidenciales del próximo año frente al mar. Era joven, con carisma, guapo, héroe de la II Guerra Mundial, católico practicante de origen irlandés, nacido en el siglo XX (la generación nueva en la política norteamericana) y estaba casado con una encantadora mujer, Jacqueline. Esta era su carta de presentación para habitar en la Casa Blanca.

La revista Life mandó a su lujosa mansión en Hyannis Port, Massachusetts, al mejor fotógrafo del momento, Mark Shaw. Lo que en un principio iba a ser un reportaje de un aspirante a la presidencia antes de la dura carrera electoral, se convirtió en una amistad que duró hasta el magnicidio de Dallas cuatro años después. Shaw fue el fotógrafo de la familia y, a su manera, convirtió a los Kennedy en una familia real en toda regla.

En las imágenes posan como si fueran príncipes de un viejo reino europeo, tienen algo tan indefinible como la clase, la distinción y el glamour. A veces pasean por la playa, miran el horizonte en un atardecer embriagador, se entretienen con las fragatas que celebran las familias más adineradas, juegan con sus hijos y plantean con el objetivo de la cámara un diálogo sincero, nada apostado, que conquistó a los norteamericanos en las elecciones más reñidas de la historia de la democracia en el país de las barras y estrellas.

Los Kennedy posan junto a Caroline, una de sus hijas. © Mark Shaw

Shaw los acompañó luego en la Casa Blanca, hasta el día trágico en Dallas, cuando unos disparos (se supone que de Lee Harvey Oswald) le reventó el cráneo del presidente y manchó el vestido rosa de la primera dama con sangre y trozos de cerebro. Con razón llamaron a aquellos años iniciales de la década de los sesenta como el reino de Camelot. Hoy nos queda el recuerdo, que magnifica con creces la realidad del presidente más querido de su país, junto con Abraham Lincoln, que también fue asesinado.

Y contamos con las fotografías, ajenas a las polémicas y a las investigaciones oficiales y no oficiales. En esas instantáneas, que todavía hoy nos dejan perplejos al saber que han cumplido más de cincuenta años, se ha crionizado una parte de la Historia, nuestra Historia, aquella que nos hablaba de «nuevas fronteras», en palabras del propio JFK. La realidad, como casi siempre, fue mucho más tozuda.

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