El bisonte es el rey de las praderas de Norteamérica, el símbolo del salvaje Oeste así como de su destrucción. © Tjflex2

Vamos a ver, eso de madurar debe ser complejo, rayano en lo traumático, según los terapeutas psicosociales, porque hacerse mayor y, así, de golpe, entender el mundo y los hombres que lo habitan, no es cuestión baladí o, como diría el bueno del capitán Jack Aubrey, no son decisiones sujetas a las ordenanzas del Almirantazgo. En mi caso, no sé si todavía he madurado, a veces me lo pregunto, cuando veo a seres humanos de mi estatura y tan seguros de sí mismos.

A mí me hubiera gustado madurar a los once años después de disparar con un viejo rifle a un sioux, eso sí que es alumbrar una vida nueva y no los planes de estudio de cualquier formación profesional. O trabajar de auxiliar en una caravana a orillas del Misuri y ensayar la puntería con todo bicho viviente que asomara los hocicos en las grandes llanuras. Y no queda toda ahí, pues con quince años se puede tener un duelo a muerte con Mano Amarilla, un terrible jefe indio.

Yo quería madurar así, pero se me adelantó un tal Buffalo Bill en las grandes llanuras de Dakota, lo que es la vida. Entonces me ponía a jugar, la única forma de aspirar a una vida mejor. Un buen día trabajaba en el Poney Express, sorteando las flechas de los pies negros antes de entregar las cartas en el Fuerte Laramy y otro día me ganaba un sueldo extra de trampero en los jardines junto a mi casa, algunas veces caía un castor y otras un puma, las menos.

Toro Sentado posa junto a Buffalo Bill en las imágenes promocionales de su circo. © El País

Pero eso de cazar bisontes desde un buen caballo —llámese Charlie— iba más allá de cualquier juego convencional con los amigos. Las manadas se apilaban en el escampado, en lo que hoy es un consultorio de la Seguridad Social, los disparos de los rifles resonaban junto a la línea de coches aparcados en batería y, después de la cacería, los bisontes abatidos eran presas fáciles de los buitres y otras alimañas.

El viejo Buffalo Bill montó un circo que recorrió medio mundo, con los mismos indios que le perseguían en Kansas, bisontes incluidos, y se puso a escribir sus memorias, que daba para unas cuantas páginas, la verdad. En cambio, yo me quedé en el barrio. Se extinguieron los bisontes, me matriculé en el instituto y empecé a preguntarme si ya era mayor de edad.

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