El entonces soldado alemán Werner Hansen durante su estancia en la escuela de tiro de Zossen. © Ocio y Cultura
En diciembre de 1944 apareció en la ciudad de Hamburgo la primera edición de Der land ohne Schatten, un emotivo libro de viajes que su autor, Werner Hansen, realizó por tierras de Etiopía entre 1931 y 1935. La euforia de los alemanes tras conquistar Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia en apenas un mes, provocó que pocos de sus vecinos se pasaron por las librerías; se dedicaron, en cambio, a disfrutar con los desfiles, las proclamas nazis y el Reich de los mil años. El tomo, impecablemente ilustrado, que hablaba de reinos mágicos ajados por el sol, guardó polvo prácticamente hasta nuestros días.
¿Quién era Werner Hansen? Pues un escritor enfundado en un traje de soldado, un desempeño difícil en tiempos de Adolf Hitler, o se era un soldado o simplemente te convertías a ojos de los demás (nazis) en un disidente. Tras pasar con nota por la escuela de tiro de Zossen, le recomendaron como agregado militar de la embajada alemana en Etiopía, el sueño imperial de Benito Mussolini. Pero aquellas tierras se convirtieron en una fuente inagotable de inspiración para nuestro soldado-escritor. Durante cuatro años deambuló por los paisajes de los afar, de los danakil… hasta aprendió su lengua, un paso peligroso frente a los italianos, que miraban con recelo a un joven soldado que iba añadiendo a su uniforme tropical exornos de las tribus locales.
En una de sus rutas se enamoró de una princesa de la tribu danakil. «Por señas», le dijo a su compañero de habitación cuando le preguntó de qué hablaban, pues le separaban dos civilizaciones y más de veinte migraciones desde el Paleolítico Superior. Ella tenía la piel como la madera de ébano, era hija de un rey local y respondía al nombre de Fala Mariam. Consiguió Hansen fotografiarla en unos decorados exquisitos y establecer una precaria convivencia a las puertas de una guerra con los británicos. Entonces llegó la maldita carta del OKW (Oberkommando der Wehrmacht), en la que se le destinaba al estado mayor del general Erwin Rommel.
En una de sus rutas por Etiopía, Werner Hansen se enamoró de la princesa Fala Marian, de la tribu de los danakil…
Bajo un sol de justicia, en una tienda de campaña improvisada junto al Zorro del desierto, no dejó de escribir cartas a la bella Fala Mariam. Una madrugada, en perfecto estado de revista, fue desintegrado por un obús británico de 55 mm durante el primer bombardeo aliado en la ofensiva de El Alamein. Sus pertenencias fueron enviadas a su familia en Hamburgo. Allí encontró su hermana el borrador de una novela de tintes románticos y el esbozo de un guión con destino a la UFA, una película a medio camino entre la aventura y la antropología, pues su principal protagonista sería una princesa africana.
Pero, ¿qué fue de la enigmática Fala Mariam? Algunos periodistas de sociedad la vieron en París después de la liberación, en las cenas organizadas por el Estado Mayor del Ejército norteamericano descorchando botellas de champán. Otros aseguraron que había abierto las puertas de una casa de citas de ensueño, con cortinas fin de siglo, tapices con unicornios y cojines de terciopelo rojo para los tú y yo del gran salón central. La princesa etíope se diluyó en noches de parranda y frenesí, atendiendo a clientes de altura y recordando su niñez, que muchos de los parroquianos entendían como simple motivo de conversación antes de presentar a sus meretrices.
Pasaron las décadas. Fala olvidó poco a poco el ardor de su tierra y fue tejiendo a su alrededor una leyenda tan oscura como su piel. Dice en sus memorias Herbert Marcuse, que en la batahola del Mayo del 68 se le ocurrió arrancar un adoquín en el barrio Latino para tirárselo a los gendarmes, pero justo en ese instante miró arriba y vio fugazmente a una princesa etíope asomada al balcón gritando: «Libertad, libertad…!».