Cualquier isla se ha convertido en un accidente geográfico cargado de posibilidades literarias. © Fondos 3D
Islas. Hogar de corsarios, de exiliados, de científicos locos, de escritores en busca de inspiración, de leprosos, de convictos, de amotinados… pero las islas, como decía Paul Morand, también son aristocráticas, distinguidas, patrias remotas e imposibles del hombre, anhelos de paraísos perdidos. Ya el ser humano es una isla, por eso el lema de un conocido perfuma rezaba así, “la mujer es una isla”, un ente extraño, ajado de la realidad y que busca responder a las grandes preguntas para no sentirse aislado precisamente. La vida ya misma es una isla, las rocas sus deseos, sus árboles extraños sus sueños y las flores endémicas su soledad, escribió en cierta ocasión Gibran Jalil Gibran.
Por eso las islas deben ser remotas y solitarias para que nos atraigan como los mapas que conducen a un fabuloso tesoro. Pues la literatura está plagada de islas reales o de ficción. Tachen de la lista a la isla de Ibiza, plagada de dijéis que jamás han olido (escuchado) una clase de solfeo. En verdad Ibiza no es una isla, sino un parque temático del ocio que flota.
Y desconozco el motivo, pero esos trozos de tierra rodeados por el mar —no piensen en los islotes que se busca Tele 5 cada temporada para meter allí a sus famosetes— muestran casi siempre los argumentos más claros a su favor para que su historia acabe en tragedia tanto humana como ecológica. ¿No les parece que las islas están ancladas en el siglo XIX? Es la centuria clave de la cartografía moderna, donde se trazan los mapas más detallados de los mares y de los enclaves más remotos de los primeros imperios coloniales. Una forma de decir que ese pedazo de tierra es nuestro.
Recreación del desaparecido Calamón blanco de la isla Howe. © wikipedia
Viajemos a Australia. Les cuento el caso de una de esas islas decimonónica. Seguro que un barco español en busca de fortuna la avistó, pero la isla de Lord Howe se descubrió el 3 de mayo de 1778, desde la cubierta del buque HMS Supply, bajo el mando del teniente de navío Henry Lidgbird Ball.La isla recibió su nombre de Richard Howe, primer conde de Howe, que fue Primer Lord del Almirantazgo. Se encontraba deshabitada y, a los ojos acuosos y alcoholizados de los marinos británicos, era todo un vergel intacto. Apenas sesenta y cinco kilómetros cuadrados y a muchas millas náuticas de cualquier asentamiento humano.
Comienza el drama. Varias especies y subespecies endémicas se han extinguido. El más famoso fue el calamón blanco (porphyrio albus), que ilustra este artículo. Y la paloma de cuello blanco, el periquito de pecho rojo y el pájaro bobo de Tasmania. La llegada de la rata negra tras el naufragio del SS Makambo en 1918 disparó una segunda extinción, incluyendo el pájaro doctor, el ojo blanco fuerte, el estornino de Lord Howe, la paloma de Lord Howe y el gerygone de la misma isla. Abilio Estévez no lo pudo decir mejor: “¿Se han fijado en la isla? Inmenso cementerio sin tumbas”. Pues ese remoto lugar en los mapas reposan los restos de especies que desaparecieron para siempre.