Virginia Oldoini se dejó fotografiar en más de cuatrocientas ocasiones en pleno siglo XIX por pura afición. © Costume Cocktail

¿Quién dijo que el uso y abuso de la imagen personal es del siglo XXI? La condesa de Castiglione se dejó fotografiar más de cuatrocientas veces, imitó cuadros famosos usando las mismas ropas y composiciones, duplicó su imagen con espejos, nos dejó hasta sus elegantes pies inmortalizados y murió en un psiquiátrico. Además fue considerada en su época como la mujer «más bella del mundo», mucho antes de que el famoso photoshop hiciera sus estragos con delgadas modelos que aparecen sin cintura unas veces o con brazos de contorsionistas, en otras.

Se llamaba Virginia Oldoini y nació el 22 de marzo de 1837 en Florencia. Con sólo diecisiete años contrajo matrimonio en 1854 con Francesco Verasis Asinari, conde de Castiglione, un hombre serio y adusto, doce años mayor que ella. Asidua de fiestas, sesiones musicales y óperas, conoció al fotógrafo Pierre-Louis Pierson. Entonces no había polaroid, ni cámaras digitales ni móviles que guardan para la posteridad los momentos más idiotas de nuestras vidas.

Entonces, eso de captar imágenes era bastante caro: un retrato costaba el sueldo de una semana de un obrero. A la condesa le gustó bastante el invento, que se había presentado en sociedad unos diez años antes. Entre tanto, se hizo amante del emperador Napoleón III, propició desde la alcoba, la unificación de Italia, pues fue emisaria del conde de Cavour. Mientras, posaba y posaba en el gabinete de Pierson de todas las formas posibles. El estudio de su imagen no desmerece a la de Andy Warhol o Claide Cahun.

La condesa fotografiada por Pierre-Louise Pierson (1865). © wikipedia

Las entradas de la condesa a las fiestas y bailes se convirtieron en leyenda. Siempre tarde, hacía que su marido la escoltara a una esquina del salón donde observaba la gran atención que su presencia producía. Se la consideró ya en su época una agente al servicio del rey de Cerdeña. Murió con sesenta y dos años. Está enterrada en el cementerio de Père-Lachaise de París bajo una discreta lápida. Hoy tan sólo nos han quedado sus turbadoras imágenes. La vida de la condesa fue desarrollada en 1942 en el filme italiano La contessa Castiglione y en 1954 en el franco-italiano La Contessa di Castiglione, siendo interpretada en este último por Yvonne De Carlo.

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