Un grupo de presos mira con atención a la cámara de Francisco Boix, testigo del horror en Mauthausen. © Revista Adios

Un buen día no tenía patria, fue expulsado de su país por perder una guerra incivil. Pocos meses después tiene que huir de nuevo, otra vez apátrida de una Europa aplastada por las botas de los sonrientes soldados de la Wermacht. Francia, la cuna de la libertad, aguantó el un mes el empuje de los alemanes. Fue en mayo de 1940.

Francisco Boix era fotógrafo, pero también militante de las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña, que durante la Guerra Civil actuó como fotoperiodista de la publicación Juliol. En 1938 combatió en la 30ª División del Ejército de la República, pero el golpe del coronel Casado precipitó la rendición de las fuerzas republicanas en abril de 1939.

A un primer exilio le sobrevino el más aciago de los que se puedan imaginar. Como español y republicano fue internado en el campo de concentración de Mauthausen, en Austria, entonces integrada en el Reich de los mil años. Allí murieron —las cifras suelen ser escandalosas— unos siete mil españoles, muchos de ellos gaseados.

Con la cámara al cuello encontró un destino en el laboratorio fotográfico que la administración del campo (la temible Erkennungsdienst) destinaba principalmente a usos policiales. Cuatro años se llevó Boix tomando instantáneas de los presos y de las condiciones allí padecidas. La mayoría de las instantáneas las reveló a escondidas, con el corazón palpitándole en la garganta, pero le empuja la necesidad de grabar para siempre el horror que él mismo documenta. Cualquier fallo que cometiese era una delación segura y un tiro en la nuca de los guardas de las SS.

Españoles arrastran una vagoneta en el campo de Mauthausen.  © Francisco Boix

Un día mira y aprieta el disparador, son internos que arrastran una piedra sin ningún sentido, otro día son los músicos que acompañan los últimos minutos de vida de un grupo que recibe la orden de desnudarse porque deben tomar unas duchas. A veces es el rostro de un niño o la mirada de la muerte —los ojos hundidos en las cuencas de una caravela apenas con vida— de un interno que ya no es capaz de levantarse de su infecto catre.

Francisco Boix era consciente de que en aquel lugar en el que se pasea con su cámara habita el horror en el mayor grado que la Humanidad ha conocido hasta el momento. Los hombres han sido reducidos a suspiros andantes que se pasean sobre montañas de heces y podredumbre. Un preso llegó a contar 35 formas posibles de morir en el campo. Pero las fotografías de Boix son un documento notarial, una sentencia de muerte de los nazis. Se salvan de la quema unas veinte mil fotos de las sesenta mil que se habían tomado, sobre todo a partir de la derrota de los alemanes en Stalingrado a principios de 1943, cuando los carceleros saben que la guerra está perdida.

Cientos de cadáveres se apilan el mismo día de la liberación del campo de Mauthausen. © Francisco Boix

Sin embargo, nos han llegado unas mil. El campo de Mauthausen fue liberado el 8 de mayo de 1945 por los soldados estadounidenses. Boix no puede regresar a España, es un espectro de sí mismo. Muere a los 31 años tal vez por los padecimientos sufridos. Pero señaló con el dedo, fue el único español que participó en los Juicios de Núremberg, a los responsables y guardas del campo, entre ellos el temible Ernst Kaltenbrunner. Las pruebas no pudieron ser más contundentes: las fotografías del horror. La mirada de Francisco Boix.

Y, para aquellos que quieran saber más sobre el drama, tienen la oportunidad de ver en plataformas El fotógrafo de Mauthausen. El rodaje se llevó cabo en las localidades de Terrassa y Budapest. En esta última ciudad se aprovecharon los mismos decorados de un campo que se emplearon en la película El niño con el pijama de rayas. El actor Mario Casas, que encarna al malogrado fotógrafo, perdió doce kilos para interpretar al Boix preso en el campo de exterminio.

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