Niños vagabundos en las calles de Santiago de Chile a finales de la década de los cincuenta. © Magnum Photos

Apadrinado por Henri Cartier-Bresson, Sergio Larraín había alcanzado fama mundial a finales de la década de los sesenta, entre otras cosas, por retratar en 1959 a Giuseppe Genco Russo, uno de los capos más temibles de la mafia siciliana. Pero decidió abandonar de golpe el olimpo de los fotógrafos modernos. En 1970 quemó numerosos negativos de su obra, rompió con la agencia Magnum y se recluyó en un pequeño pueblo del norte de Chile para dedicarse a la pintura y a la meditación.

 

Café Marins, en la ciudad de Valparaíso, de la serie Los siete espejos (1963).  © Magnum Photos

Nadie consiguió hacerlo cambiar de opinión. En 1999, tras una exitosa muestra en el IVAM valenciano, prohibió incluso que sus fotografías formaran parte de otra muestra y mantuvo al veto hasta pocos meses antes de su muerte, en 2012, cuando tenía 81 años. Toda esta trama de éxito, misterio y retiro, complementada con historias con tinte de leyenda y por un reconocimiento en Chile considerado siempre inferior al que su obra mereció, dieron pie a un verdadero mito en torno a su persona.

 

Calle principal de la localidad de Corleone, Sicilia (1959).  © Magnum Photos

Con planos inusuales —contrapicados, imágenes tomadas a ras de suelo, encuadres cortados— Larraín retrató y filmó a los menores sin techo, por ejemplo. Aparecen sus pies sobre alcantarillas, reunidos en círculo mientras cocinan, junto a perros, con la mirada fija en la cámara. Es el universo de los olvidados.

 

Casa de citas Los siete espejos en Valparaíso, Chile (1963).  © Magnum Photos

La luces y sombras de Sergio Larraín ha generado un mito sobre su persona y, mucho más, sobre su obra. En 2009 el escritor Marcelo Simonetti, en la novela El fotógrafo de Dios se inspiró en buena medida en las instantáneas del chileno. Décadas antes Julio Cortázar escribió el cuento Las babas del diablo, basándose en una historia que Larraín le contó sobre una fotografía que tomó de la catedral de Notre Dame en París. Posteriormente, el cineasta Michelangelo Antonioni se basó también en sus luces para filmar la célebre película Blow-up. Sergio Larraín falleció en Ovalle el 7 de febrero de 2012 de una enfermedad coronaria.

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