Lienzo que muestra el hundimiento del buque Esmeralda de la Armada chilena durante la Guerra del Pacífico. © Currículum en línea
Si un enfrentamiento bélico supone un paréntesis sangriento en la evolución de las sociedades, si encima ese conflicto se olvida por los estudios historiográficos occidentales (entiéndase Europa), nos encontramos con un borrón en la memoria, una página recortada del gran libro de la Historia. La Guerra del Pacífico enfrentó entre 1879 y 1883 a Chile contra la coalición de Perú y Bolivia. Nuestros primos lejanos de Hispanoamérica también se han matado de forma concienzuda, a pesar de que eran naciones jóvenes y se habrían librado del yugo colonial de los españoles.
Los motivos, los de casi siempre, los ingresos económicos que suponían la explotación del guano y el salitre del desierto de Atacama. No era una guerra civil, como la que azotó a otra nación joven, los Estados Unidos, pero se le parecía bastante. Hubo combates navales entre buques acorazados, clase Monitor, desembarcos, bloqueos, defensas heroicas, condiciones climáticas adversas y revueltas en la retaguardia con motivo de los reveses en el frente.
El Huáscar, el buque de guerra peruano más moderno durante la contienda. © BBC
Al final se sumaron más de veinte mil muertos, Bolivia se quedó sin salida al mar y todavía tiene una flota, pero en el lago Titicaca. Chile se convirtió en una potencia, pero las explotaciones que dieron origen a la guerra se la quedaron corporaciones británicas y supusieron en el futuro un foco de conflictividad social por el trato a los mineros. Un turista accidental, Charles de Varigny, que ya nos enseñó la vida en Hawái, se preocupó de escribir un delicioso libro sobre la contienda, tal vez el más imparcial, a pesar de gestarse a miles de kilómetros de distancia.