Óleo sobre lienzo de John Syme que muestra al pintor y naturalista John James Audubon en torno a 1826. © wikipedia

La Norteamérica de John James Audubon ya no existe, pero quedó congelada en sus pinceles, en los vivos colores de las aves que vivían más allá del río Misuri, cuando al otro lado de sus riberas se difuminaban los perfiles de bosques impenetrables, tribus belicosas de indios y montañas escarpadas que servían de puerta de entrada a las grandes praderas. Por aquellas tierras apenas se habían aventurado todavía los colonos de tez blanca, tan solo aquellos europeos con dinero, tiempo libre y muchas ganas de aventuras.

Es tarea ímproba observar hoy una bandada de palomas migratorias americanas en los cielos de Kentucky, por ejemplo, o seguir el escándalo producido por un grupo de cotorras de Carolina, porque simplemente se han extinguido para siempre. Hoy se guardan en los museos de historia natural algunos ejemplares disecados; lo mismo ha ocurrido en cierta forma con los bosques o con las tribus de amerindios que las cazaban para alimentarse. Y, por cierto, con las grandes praderas, que hoy son ajadas por interminables autopistas y campos de cultivos de trigo y maíz.

John James Audubon, de origen francés, nació en Haití. Se nacionalizó estadounidense para escapar del alistamiento en las guerras napoleónicas y se asentó en una granja cercana a Filadelfia, donde se casó con una cuáquera. Entonces, la potencia mundial que es hoy Estados Unidos era un país joven, aventurero e intrépido, puesto que una de sus fronteras era tan difusa como la línea del horizonte durante un atardecer. Allí encajó a la perfección una personalidad tan atribulada como la del pintor: mirada serena y días tranquilos.

Una pareja de alcas gigantes, especie extinta en nuestros días que pudo pintar en uno de sus viajes.  © Heritage Prints

Después de sufrir varias bancarrotas, se dedicó a hacer lo que más le gustaba: pintar aves y pasear. Como Da Vinci, entendió que la pintura es poesía muda, estática, es decir, una pintura ciega que se explayaba en las aves. Las plasmó en enormes acuarelas y de todas las especies posibles, grandes y pequeñas, en solitario o en parejas, comiendo o anidando, hasta anilló a las primeras aves de las que se tiene constancia en Norteamérica.

En Europa tuvo una fama instantánea, sobre todo, entre el público británico, que se asomaba al mundo con la intención de construir un imperio colonial y no era capaz de calmar sus ansias de exotismo. Pero Audubon no era un naturalista al uso. Primero disparaba a las aves, luego las disecaba y, por último, creaba una escenificación de su entorno para pintarlas con la tranquilidad y mesura que pide la creación artística. Pero sus dibujos son hoy, como afirmó en una ocasión Anatole France, una biografía pintada, el retrato de unas aves y de un mundo que hoy se ha extinguido.

Portada de Sobre las alas del mundo. Audubon. © Norma Editorial

Pero la influencia de Audubon en la actualidad va más allá de sus investigaciones ornitológicas. El guionista Fabien Grolleau y el dibujante Jérémie Royer se han inspirado en los relatos del propio naturalista para sumergirnos en un fantástico wéstern naturalista, que ha sido galardonado con el Premio al Cómic Geográfico 2016, concedido en el Festival Internacional de Geografía, y que ha conquistado a los libreros y a la crítica francesa. Y, por supuesto, a todos los lectores.

Su apuesta, Sobre las alas del mundo. Audubon, (la verdad, es un pelín cara) es una auténtica obra de arte, una novela gráfica que mezcla el realismo con algunas imágenes de tinte surrealista como alucinaciones de la mente del dibujante. Nos muestra además los parajes virginales, los vapores de palas de Nueva Orleans, indios, osos, bisontes, y sobre todo, claro, pájaros, con momentos sublimes. Es decir, el mundo ya perdido para siempre que nos legaron los pinceles de John James Audubon.

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