Es innegable la influencia de los términos de origen taurino en el uso convencional del español y sus modalidades. © Contando Estrelas

La lengua no es privativa, cerrada, ajena a los cambios… se podría considerar que es, además, un ente vivo, tan vivo que respira al compás de los hablantes y que gana con los años, como los buenos caldos. El uso del idioma va más allá de los condicionantes ideológicos, de las normativas y de las prohibiciones.

Como esfuerzo común, la lengua se adapta simplemente para sobrevivir. Y como el hablante se caracteriza por no ser uno, sino varios, podemos estudiar lenguajes específicos, propios de desempeños, oficios, clases sociales, grupos de interés, de edad y así hasta formar un puzzle tan asombroso como nuestra propia sociedad. Pongamos la atención en uno de esos lenguajes específicos, ese que nos sigue asombrando cuando se anuncian corridas de toros. 

Muchas expresiones taurinas pertenecen ya a la lengua cotidiana y no suelen presentar dificultades de comprensión para la mayoría de los hablantes. El lenguaje de los toros toma términos generales y los especializa o se fija en expresiones para designar elementos o acciones concretas: capote, montera, muleta…

Pero, posteriormente, este lenguaje especializado puede aplicarse por extensión, similitud o uso metafórico a la vida cotidiana. De esta forma, palabras y frases propias de lo taurino retornan a la lengua común para proporcionarle expresividad, belleza, colorido o ironía y aparecen en el habla incluso de los hispanohablantes, y, lo que es más sorprendente, sean aficionados o detractores de la Fiesta, ahí está su versatilidad y grandeza.

Es el mundo de los toros único por su extenso acerbo de expresiones, giros, comparaciones, metáforas y similitudes, que ha conquistado otros registros que en nada se parecen al llamado Arte de Cúchares. Incluso para algunos estudiosos el conjunto de las expresiones taurinas forman un universo alegórico que condiciona además nuestra visión del mundo y cómo concebimos algunas realidades cercanas. Tal vez la corrida de toros, como explicación alegórica de las grandes preguntas del ser humano, haya caracterizado mejor que otros rituales sociales el devenir del hombre, de sus metas y aspiraciones. Casi nada.

A partir del lenguaje taurino surgen metáforas de la vida cotidiana en diversos ámbitos. Empecemos con todo aquello que tiene que ver con el sentimiento amoroso. Hay hombres que atacan al volapié o recibiendo como sinónimo de tomar la iniciativa del acercamiento o esperar a la mujer, evidentemente nos referimos al ritual del cortejo; y una mujer puede tener un  buen trapío (sobra la explicación).

A menudo, son expresiones poco elegantes, vulgares u ofensivas —que aquí no citaremos—, porque funciona muy bien el paralelismo entre la lidia y el cortejo amoroso, en el que el hombre es el torero y la mujer, el toro. El peligro que puede herir al hombre, mientras éste trata de dominarlo.

Muchas expresiones taurinas pertenecen ya al dominio del habla cotidiana. Le proporcionan a nuestra lengua expresividad, belleza, colorido o ironía, y aparecen en los registros incluso de los hispanohablantes…

Desfilemos por la política, que tan en boga está. El Parlamento devuelve el toro al corral cuando no aprueba una ley presentada por un gobierno, pues no ha superado el fielato de la Cámara. Los políticos o partidos de segunda fila que apoyan al gobierno son descalificados como subalternos. Los políticos torean de salón cuando debaten y discuten entre ellos para aportar soluciones a la ciudadanía.

Evitan agarrar al toro por los cuernos para solucionar los problemas, si los remedios pueden ser impopulares, y prefieren hacer un brindis al sol, es decir, ser demagogos para obtener el aplauso fácil del público menos exigente. En muy raras ocasiones un político saldrá por la puerta grande, porque entre los ciudadanos suele haber división de opiniones. Lógico. Bajemos un poco más a la arena (ya ven, se me ha colado otra expresión taurina) y describamos situaciones más prosaicas.

Si no tenemos mano izquierda para controlar con calma la situación, deberemos atarnos los machos y dar una larga cambiada; ver los toros desde la barrera o saltar a la arena; si nos va a pillar el toro, porque nos hemos entretenido o no hemos tomado precauciones, podemos tirarnos un farol o saltarnos a la torera la obligación y ponernos el mundo por montera; al rematar la faena podemos fracasar si pinchamos en hueso o conseguir nuestro propósito clavándola —la espada del matador— hasta la bola. Ante una situación inevitable, no nos cabe otra cosa que exclamar: “¡Suerte y al toro!”.

Otros de los registros más recurrentes es el conversacional. Cuando alguien nos pide ayuda, le echaremos un capote para ayudarle. Si nos molestan, hay que cambiar de tercio. Lanzarse a resolver una situación es tirarse al ruedo o recibir a portagayola. Una conversación o entrevista da juego con nuestro interlocutor, pero puede suceder todo lo contrario, entonces no tiene un pase porque no dice nada interesante, no dejan ser interrogados o no responden con claridad. Los que han toreado en muchas plazas, pueden preparar una encerrona a quien acaba de tomar la alternativa o es nuevo en la plaza.

Se torea a alguien cuando se le dan falsas esperanzas o se le entretiene con engaños. Uno puede crecerse en el castigo o buscar las tablas antes de que le den la puntilla y lo dejen para el arrastre. Cuando dejamos de desempeñar una actividad profesional, personal, o una afición nos cortamos la coleta. Otras son más rebuscadas y puede que no se entiendan si no se conoce la Fiesta y su peculiar lenguaje: tomar el olivo, tener más intención que un toro marrajo, ir al hule, citar en corto y así nos podríamos llevar un buen rato…

Además de las expresiones que se utilizan en las conversaciones habituales, existe una amplia fraseología taurina, que hacen uso de refranes y sentencias. Citemos algunos ejemplos muy conocidos: para torear y para casarse hay que arrimarse, abril  tiene la llave del toril, quien con toros anda, a torear aprende, hasta el rabo todo es toro, ir a los toros y tomar el sol es la mejor vida para el español, no hay toro bravo que resista dos garrochas, toro veragüeño honra a su dueño…

Pero no podemos olvidar la presencia del lenguaje taurino en el escalón superior del mejor y más refinado lenguaje literario de todos los tiempos, en las obras de Tirso de Molina, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, los hermanos Antonio y Manuel Machado, los Quintero, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Gerardo Diego… y así una interminable lista de autores de prestigio.

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