Blade Runner fue dirigida por Ridley Scott y estrenada en nuestro país en 1982. © República
Una buena película es aquella que plantea controversias, discusiones, debates acalorados… lugares comunes décadas después de su estreno. Así sigue Blade Runner. La primera vez que la vi —y fue en el cine, la verdad, tuve algo de suerte— no observé otra cosa que una buena historia de ciencia ficción, en el sentido clásico del género.
Pasaron los años, los libros, los fanzines y las versiones de la productora, del director y del primero que pasara por los estudios. Y de esa forma fue creciendo el mito o, mejor dicho, las historias que se desgranan a su vez de una buena historia, que es lo que más me apasiona. Es más, ya no se entiende la cultura posmoderna sin una obra como ésta.
Ahora leo con tranquilidad Blade Runner. Lo que Deckar no sabía, un excelente estudio simbólico-filosófico de la cinta de Ridley Scott a cargo de Jesús Alonso Burgos. Deckar (trasunto Harrison Ford) es ya un icono. El futuro es sucio y astroso (ya lo tenemos encima), y la clonación que creara los replicantes del filme ya anda cerca. Pero vayamos más allá: los estilos arquitectónicos, los vehículos, la estratificación social, la filosofía, la organización de las ciudades… todo ello nos invoca a un mañana no muy lejano, que está muy próximo a nuestras vidas.
Blade Runner también ofrece sus —permítanme la expresión— mensajes. Y no son nada simplistas, pues ya avisó de esa condición Fernando Savater en un artículo reciente, es decir, la eternas preguntas del hombre, tan manidas, pero no por ello aterradores: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? y, todavía peor, ¿cuánto nos queda?
Así que ahora, en estas fechas próximas al verano, es una buena opción darse un homenaje con un buen visionado de la cinta con la música de Vangelis de fondo. Seguro que es una opción más saludable que tragarse unas buenas horas de televisión, seguro.