La sensualidad comienza con el primer roce, con el de las manos entre dos personas. © Ben Raynal

No sé quien escribió acertadamente que las manos son la primera frontera del amor, de lo primero que miramos en el otro, que no es otra cosa que observarnos frente a frente ante un mismo espejo, pues el tacto es un visado, un pasaporte que nos traslada, con todas las garantías inimaginables, a los placeres que abre como un torrente la sensualidad. Qué no se siente la primera vez que tocamos unas manos.

Porque ellas pueden sostener un arma, señalar de manera inquisitiva, apretar un gatillo, pulsar el disparador automático de un misil nuclear, pero también acariciar la cabeza temblorosa de un recién nacido. También ellas dan calor y abrigo, el límite seguro de toda realidad, pero además, y eso es lo más horrible, pueden mostrar la frialdad más áspera aunque se estén tocando en pleno éxtasis de pasión.

Las manos necesitan de la vista, y nunca se ve más claro que en la forma nerviosa en la que un ciego palpa con su manos el rostro de la que persona que todavía no conoce o la capacidad de ilusionarnos que posee el mimo, ya que nos hace creer que toman vida propia, sin necesidad de las palabras. Manos, palabras, vista… los sentidos en plena efervescencia, trazando unos con otros puentes que el propio tacto no puede asimilar.

Las manos son el mejor indicador del paso del tiempo, como escribió el poeta Reinaldo Arenas. Las marcas de las venas, las arrugas y las manchas, que semejan los anillos de crecimiento de los árboles, muestran la experiencia humana mejor que cualquier partida de nacimiento. Es la propia vida reflejada a través de sus surcos, sin necesidad de un nigromante. 

De ahí que una mujer sería encantadora si uno pudiera caer en sus brazos sin caer en sus manos, como dejó por escrito un escritor norteamericano. Y no le faltaba razón porque todo lo que es humano se ha hecho previamente con las manos, tanto las obras más delicadas como las más horrendas expresiones de odio y violencia, han pasado por ellas. Las manos son el primer paso, la frontera, sin duda.

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