En pleno Siglo de las Luces se hizo célebre la historia rocambolesca de una mujer que había dado a luz a unos tiernos conejitos. © eBaum’s World

El siglo XVIII fue el Siglo de las Luces, pero también fue la centuria de las leyendas urbanas, de la supersticiones y de la santería. Un buen día la señora Mary Toft afirmó haber parido diecisiete conejos (sic), ríete tú de los enigmas de Iker Jiménez de los domingos por la noche. Esta buena mujer había nacido en Godalming, Surrey, en 1701, en el mismo siglo de Isaac Newton, pero con notable distancia intelectual.

Se cuenta —todo el terreno de la narración está plagado de lagunas, como debe ser— que se quedó embarazada y tuvo un aborto espontáneo en 1726. Pero Mary prolongó la historia, como en los buenos programas de telerrealidad —pongan el título que quieran, así como la cadena de televisión que más les guste— pues afirmó que había dado a luz unos lindos conejitos. Y se quedó tan tranquila, se supone que por aquello de dar a luz.

El cotilleo, no sabemos si definirlo como noticia, recorrió el país. Un siglo dedicado a la investigación y al método científico no podía pasar por alto la oportunidad de estudiar el fenómeno. Mary recogió lo que se suponía que eran los restos del feto y se los entregó a una partera local, que no se fiaba mucho de su vecina. Pero a los pocos días se publicó la noticia, cosas de los ingleses, en el Mist’s  Weekly Journal. Y cuando un suceso así se difunde, la bola de nieve que genera no deja de crecer. Un miembro de la corte llevó la noticia al rey Jorge I, que mandó a su médico personal, el señor Nathaniel st André, a que investigara el asunto. También se dice que el monarca estaba fascinado con la señora Toft y suponemos también que estaban muy aburridos en la corte.

Grabado de la época que muestra cómo la historia de Mary Toft se hizo muy popular en media Europa. © La República

Los conejitos, seamos serios, no nacieron enteros, sino fragmentos de patas, costillares y entrañas, que se desparramaron por su habitación. Los médicos confirmaron que eran restos de roedores cuando examinaron a Mary en Londres, la presión de sus vecinos y una investigación improvisada rompieron el engaño, pero dejó mal parada a la incipiente ginecología. La señora Toft quedó fascinada por los conejos —se entiende que hablamos del animal— y decidió montar el engaño. Las carreras de algunos médicos quedaron arruinadas y a nosotros nos quedan las dudas. ¿Qué ocurrió en verdad? ¿Realmente pudo parir conejos? Con estos temas ya se sabe, preferimos quedarnos con lo irracional. Por cierto, Mary murió a los 62 años en 1763. Sálvame perdió una buena semana de audiencia.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies