Existe la leyenda de considerar a la tribu de los masáis como la heredera de una legión romana perdida. © Jess & Kate

Si me dan a elegir, no lo dudo, prefiero las explicaciones ilógicas. Vamos, la ficción frente a la realidad más tozuda. Me chifla la idea de la legión romana perdida en África, que se encontró con una tribu a la que adiestró en el uso de las armas y les prestó sus ropas, léase los masáis de Kenia. O que hubo más de un tirador en el asesinato de John F. Kennedy, sí, los que se escondieron tras la valla, o que la máquina para viajar en el tiempo se comercializará dentro de poco como si fuera un lavavajillas.

Que sí, que la ficción es una cosa y la realidad otra, pero me ocurre que últimamente las confundo —seguro que lo hago conscientemente—, y así me hallo, que no encuentro una frontera clara que las divida, pues la realidad es cada día un coladero donde aparecen los personajes más insospechados. Cada mañana me siento como el rey Leónidas antes de la batalla de las Termópilas, pegando gritos y arengando a los espartanos —antes de tomarme un café, claro—, el camino al trabajo es una llanura tan plana como los campos de Pelennor y los vecinos que me rodean tal vez vivan en Macondo o Yoknapatawpha, cualquiera sabe.

Así, un buen día llega la bomba de neutrones del amor, que en apariencia no destruye los edificios, pero deja las ruinas interiores en el corazón. Entonces las costuras de tu vida estallan y no sabes muy bien si todo es real o ficticio. Y se abren dos caminos inevitables, como al ingenioso hidalgo, cada uno de ellos plagados a su vez de encrucijadas y desesperaciones. Ya no sabes si escribes cartas a Milena Jesenská o paseas de la mano de Odette de Crécy.

Si a la ficción propia de una imaginación galopante le añades la literatura, enciendes la mecha de una tonelada de explosivo plástico bajo las arcadas del puente que une a la realidad cotidiana con nuestras vidas. No se sabe entonces qué hacer, ni qué actitud tomar. ¿Se paladea entonces el juego insano entre sueño y vigilia? ¿Se apuesta por la realidad aunque sea más jodida?

Será mejor, en mi caso, danzar con unos guerreros masáis al atardecer a los pies de las colinas del Ngong. No hay nada mejor que una huida cuando en el campo de batalla está la derrota cerca. Vaya, ya se ha colado —maldita literatura— la desdichada Karen Blixen con sus memorias. Así no hay manera de vivir plácidamente, os lo aseguro.

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