Cornelia A. Clark es una de las pilotos más conocidas de la historia de la aviación, un ejemplo de superación. © World War II Home Front

No me digan que no les gustan las aviadoras, y no digo mujeres pilotos. La verdad, no sé si existe un femenino políticamente correcto para este caso, pues eso de pilotas o mujeres pilotos suena horrendo. Si te apasiona la historia de la aviación y le añades esas gotas de exotismo que ofrecen las mujeres a los mandos de un aeroplano, tenemos una nueva filia, que todavía no tiene nombre ni tratamiento, pero seguro que existe. En un mundo de hombres, las mujeres entregadas a la aventura de volar fueron unas rarezas.

Son espectaculares sus vidas, llenas de obstáculos y de coraje para romper los moldes sociales, justo cuando la industrialización —la Gran Guerra contribuyó a su aceleración— ponía en manos de las mujeres las herramientas necesarias para plantar sus reales y no rendirse nunca. Son imágenes que te atrapan: cazadoras de cuero, pañuelos al cuello, gafas, pantalones de equitación y esa sonrisa burlona cuando aterrizaban y sonreían en los aeródromos plagados de curiosos.

A casi todos les suena el nombre de Amelia Earhart. En 1932 fue la primera mujer en cruzar el Atlántico a bordo de un Lockheed Vega, que ya hay que tener valor para llevarse horas metida en esa tartana. Su cuerpo jamás se encontró cuando intentaba dar la vuelta al mundo en 1937. Y ya que se pone una mujer a los mandos de una aeronave, no está de más hacer campaña en favor del sufragismo, así se las gastaba Harriet Quimby. Fue periodista, escritora, fotógrafa y la primera aviadora de Estados Unidos, y la primera fémina que atravesó por los aires el Canal de la Mancha en abril de 1912, casi nada.

La piloto Hanna Reitsch en la década de los años treinta.  © Pinterest

Algunas optaron por ponerse nombres masculinos, ese fue el caso de Edith Maud, que para evitar una multa se hacía llamar Spencer Kanavagh o Élise Léontine Deroche, que tuvo que adoptar el título francés de baronesa Raymonde de Laroche. Apunten su caso, fue la primera mujer de la historia en poseer una licencia de piloto, que obtuvo en marzo de 1910. ¿Y en España? Pues el primer permiso de vuelo que obtuvo una mujer fue a parar a las manos de María Bernaldo de Quirós.

Otras fueron acróbatas de los cielos, como Lillian Boyer, que a mediados de la década de los cuarenta cobraba por sus actuaciones hasta tres mil dólares. ¿Qué me dicen de Hanna Reitsch con su aterrizaje forzoso en plena Unter der Linden en abril de 1945 para intentar sacar del búnker al mismísimo Adolf Hitler? Era una nazi convencida (Oh mein Gott!), pero un as de la aviación, que conste, y que puso su vida en juego en más de una ocasión, aunque fuera para probar la trayectoria de las bombas volantes (scheiβe!).

La capitana Masha Dolina posa delante de un bombardero pesado.  © The Paris Review

Pero las aviadoras rusas dieron un paso más. En plena II Guerra Mundial se pusieron a los mandos de cazas para derribar a sus oponentes nazis y, de paso, ametrallar al machismo desde las carlingas de sus Yak-3. Apunten los nombres de Marina Raskova o Lina Smirnova, que al ser derribada por los alemanes se pegó un tiro antes de caer en las garras de su enemigo. Tal vez las rusas fueron las que pagaron con su sangre la aventura de surcar los cielos. Así que gas a tope, volante de control hacia atrás, morro arriba, apuntando al cielo y extender los flaps… Despegamos. Mujeres del mundo, ¿os animáis?

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies