No hay mejor terapia contra el desvelo que la que nos ofrece la lectura en los momentos desconsuelo y soledad. © Elsergietenapuros

Una noche cualquiera llega el insomnio. Entonces, esas horas que no vivimos por culpa del sueño, se quiebran para siempre y nos muestran con toda su rudeza el precario equilibrio de la vida. Suena contundente el reloj de pared y aumenta la sensación de desvarío y soledad cuando se entabla una batalla perdida de antemano con las sábanas. Surgen ruidos imperceptibles y se busca en el filo de la ventana los primeros tonos grises y traslúcidos del amanecer.

El mundo se para durante esas horas indefinidas que marca el insomnio, como si se tratase de un cruel juez que impone un castigo secular. Entonces, apenas se rompe el vacío de la noche con la sirena muy lejana de una ambulancia o la ligera tos del vecino enfermo del cuarto. ¿Qué hacer cuando el mundo todavía no ha despertado, cuándo los primeros síntomas de la vida apenas son unos esbozos de luces y sombras?

No hay mejor terapia contra el desvelo que la que nos ofrece la lectura en los momentos de desconsuelo y soledad. Incorporarse, encender la luz de la mesilla de noche, buscar la página donde se interrumpió la lectura la tarde anterior… todo un ritual.

Y ahí está, como siempre, como si se tratase de un sanador intemporal, Gustavo Adolfo Bécquer. Versos incendiarios las más de las veces, palabras sencillas en otras ocasión, pero terribles a fin de cuentas: “Llevadme, por piedad, a donde el vértigo/ con la razón me arranque la memoria”. Pero el poeta es mucho más, como ocurre siempre con los grandes poetas, con los grandes artistas de la palabra, también dejó sus Artículos en diarios como La Época o El Contemporáneo.

Nos habla en ellos de teatro, de política, de folklore, de poesía, también —cuesta creerlo— de sus insomnios, esas noches de desvelos tan humanas como las nuestras, pues se alegra de no ser calavera: “¡qué triste, pero qué cómodo es!”. Porque la calaverada es enfrentarse a los propios miedos dinamitando la noche, invadiendo sus fronteras y entrando en la espiral del desconcierto de invertir los papeles, unos duermen mientras otros viven.

Pero también hay comentarios nada poéticos sino lúcidos de algo que nos suena bastante: “España progresa, es verdad; pero a medida que progresa, abdica de su originalidad y de su pasado”. ¿Por qué no ahondar más? Hay otro libro en la mesilla de noche: Sevilla en la obra de Bécquer, de Rogelio Reyes Cano. Lástima. No hay tiempo para nada más, es el día que llama por la ventana. Acaba de amanecer.

 

Portada del libro.  © Mercado Libre

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