Bill Bryson se acerca a la figura del dramaturgo inglés William Shahespeare en una ameno ensayo. © La Nación

Es una buena pregunta. El más célebre hijo de la Gran Bretaña es todavía un misterio. La pluma —en el mejor sentido— de Bill Bryson lo sabe a la perfección, por eso ha podido enjaretar en unas ciento ochenta páginas una de las biografías más redondas que se recuerdan. No hace falta publicar un mamotreto de seiscientas páginas para acercarse a la vida de un personaje que ha trascendido los límites del tiempo, de su tiempo tanto literario como histórico. Lean con calma Shakespeare.

Más que el discurrir por la vida de William Shakespeare, de manera ordenada y científica, se asiste a una novela detectivesca sobre el leve rastro que nos dejó el vate de Stratford upon Avon. Así, paseamos por el pueblo en el que nació y más tarde por los años febriles de su actividad dramática en Londres hasta el misterio en la disposición de su tumba. Ya se pueden imaginar que no es un libro sesudo y profundo con unas mareantes notas al pie. Nada de eso, fluidez y erudición a partes iguales.

Desconcierta y, a la vez, embriaga el aroma de lo desconocido, la vida oculta de las personas cuando nos disponemos a leer una biografía. Entre nosotros, el que más y el que menos conoce una obra de Shakespeare y es capaz de recitar algunos versos —aquí las pelis anglosajonas han conseguido sus objetivos— y, sin embargo, hay teorías que apuntan a la inexistencia incluso del dramaturgo, es decir, que sus obras fueron compuestas por otros y vueltas a componer por otras manos en un gran corpus literario.

Portada del libro.  © RBA Editores

Escribió el bardo británico más de un millón ochocientas mil palabras repartidas en sus dramas y poemas, pero de su puño y letra tan sólo se conservan seis, hay diez años —los llamados oscuros— en los que no aparece en ningún documento oficial; además, nos quedan seis firmas autógrafas, pero no hay ni tan siquiera unanimidad en la forma de escribir su nombre. Apasionante, ¿verdad? Por eso, el autor se pregunta si realmente existió Shakespeare. Vaya forma de enfrentarse a la escritura de una biografía.

Pero Bill Bryson no sólo indaga en los escasos renglones de su vida sino que muestra en colores la vida en el Londres de la reina Isabel I —sí, esa que decían que era virgen o que fue en verdad un hombre (!)—, la dura vida de las compañías teatrales, la disposición de los escenarios, la lista de enfermedades de la época, el régimen alimenticio, el fresco de la capital del reino, el coste de los libros… Y todo ello en ciento ochenta y dos apasionantes páginas. Ya saben, cuando vean el rostro de William Shakespeare en esas imágenes tan manidas de los libros de textos, recuerden al propio autor: «Es mejor ser rey de tu silencio, que esclavo de tus palabras».

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