El decorado lo suministra una cafetería franquiciada, el resto la literatura de aventuras en estado puro. © Open Grid Scheduler/Grid Engine

“Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años —no importa cuantos, exactamente—, con poco o ningún dinero en mi billetera y…” ¿Lo de siempre? Me preguntan. Claro que sí, un frappuccino de mocca grande…, respondo. ¿Dónde estará el señor Starbucks? Creo reconocer el puente del viejo Pequod en la barra y los tripulantes con mandiles verdes sobre la ropa negra, pero me temo que el señor Ahab estará con su primer oficial mascando el café de Etiopía con el de la India, cosas de lobos de mar.

Paso la primera página del libro que estoy leyendo. No deja de entrar gente, me distraigo y, junto al puerto, los barcos balleneros esperan tiempos mejores con el sonido inconfundible del Metrocentro de fondo. El libro de Herman Melville me llama como una sirena, pero ¿no es la misma melusina coronada que está pegada al cristal la que nos sugestiona? El mar tiene los mismos misterios que un buen café. Es la literatura mezclada con la realidad, que no deja de confundirnos.

Como no encuentro al señor Starbucks estrecho lazos con el resto de los marineros que pasean aburridos por las calles de Nantucket, las que están próximas a la Giralda. Queequeg es uno de ellos, siempre afilando el arpón. ¡Qué manía con matar ballenas de un arponazo! Vuelvo a echar una ojeada al libro. Ya no sé si a bordo del Pequod sirven café o es el sabor de lo que estoy tomando. Otros balleneros nos hacen gestos con las manos. Parece que partimos.

Volumen sobre la novela Moby Dick. © Amazon

Dentro de poco hará frío en alta mar y los chocolates con aroma de avellana nos lo tomaremos calientes allá por diciembre, en Navidades. Lo extraño es que hay música jazz de fondo y no dejan de aparecer rostros nuevos: japoneses, españoles, hindúes, colombianos, rusos, norteamericanos… pero Queequeg no se altera, seguro que nos echarán una mano cuando lleguemos al banco de las Azores. Todo joven con experiencia que se quiera enrolar será bienvenido.

«Por allí sopla…», se escuchó cerca del puente. Seguro que era un cachalote. La bodega llena de aceite de su enorme cabeza. Seremos ricos. Justo en ese momento estaba leyendo la aparición de Moby Dick, las páginas más emocionantes del libro, meras casualidades de la vida. Afiné el oído. Falsa alarma, era un café macchiato con nata. Álvaro, Edu, Agustín y Estefanía se ríen (los empleados, les aclaro, no crean que son los miembros de la tripulación).

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