Un ramillete de escritores son los que pasan por el tamiz de Manuel Vicent con las ilustraciones de Fernando Vicente. © Juan Manuel Prats/El Periódico

Tal vez se escribe por indecencia o porque los que se dedican a esta profesión son unos indecentes, cualquiera sabe. La verdad es a veces mucho más prosaica, pues la escritura es necesidad, como comer o tomar un café, aunque los lectores no se lo crean. Pero con la lectura de ciertos libros, la simple necesidad se convierte en pose, en estilo, en reafirmación de los gustos personales, en marcar un estilo contra las adversidades de las modas pasajeras… En definitiva, en distinción frente al común de los mortales.

Por eso, el que esto escribe no se considera escritor, pues no me han vestido de niña hasta los diez años, como a Jorge Luis Borges —que debe marcar lo suyo—, no me embarcaré sin un centavo en el bolsillo en un mercante —qué envidia de Joseph Conrad—, ni desciendo de una familia noble siciliana (Guiseppe Tomasi di Lampedusa) y, si se habla de muerte, pues qué os queréis que os diga, tampoco moriré, eso espero, de tuberculosis a los cuarenta años (Franz Kafka) o de un constipado mal curado (Marcel Proust) o llenaré de piedras los bolsillos para suicidarme ahogado en el mar, llámese Virginia Woolf.

En esas están la mayoría de los escritores elegidos por Manuel Vicent en un interesante libro, Póquer de Ases, que se ha editado en edición de bolsillo por Punto de Lectura. Se agradecen este tipo de ediciones en tiempos convulsos para el papel. Apenas unos euros y en las manos todas las sensaciones que ofrece un libro en papel.

Portada del libro.  © Alfaguara

Manuel Vicent construye en este libro —recolección de sus perfiles de escritores aparecidos algún verano que otro en Babelia— unas etopeyas sorprendentes, plagadas de imágenes simbólicas, puntos comunes y anécdotas que dejan al lector, o aspirante a escritor, compungido por las azarosas vidas de los genios de las letras. La verdad, no sé si vidas curiosas es sinónimo de escritores fértiles.

Y a ello ayuda el ojo pictórico del ilustrador Fernando Vicente —otro habitual del diario El País— que, tan sólo con el blanco y negro, acierta de pleno con el personaje de cada capítulo. Lo dicho, para ser un buen escritor hay que parecerse un poco al póquer de ases de la literatura universal. Lo demás puede que sea torear de salón, pero nunca será como salir a la plaza y lidiar al toro.

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