Un mapa del mundo datado en 1910 donde se puede apreciar la magnitud de los dominios del Imperio Británico. © Patrick Barry

Hay aficiones y aficiones. La mía es coleccionar sellos (y, si leen muy rápido estas palabras, también escribir), pero hay casos sorprendentes para aquellos que jamás se han acercado al mundo del coleccionismo, pues coleccionar es guardar chismes inútiles a los que se les da una segunda oportunidad en álbumes o estanterías. Como les decía, hay gente para todo en esto de coleccionar cosas. La de Ken Jennings no es otra que guardar mapas desde su infancia (lean también muy rápido, yo he hecho cosas así).

De todos los tamaños y colores, de todos los continentes y países, de cualquier época histórica… Leer mapas desembocó en un conocimiento geográfico excepcional en la mente de Jennings, hasta que llegó el día de escribir un libro (como a mí me gustaría hacer con la Filatelia algún día, ¿lo han leído también muy rápido?). No es extraño que surgiese Un mapa en la cabeza, un libro entretenidísimo sobre geografía, pero que no es otra cosa que un ejercicio impúdico sobre una afición que no comentaba en voz alta con casi nadie.

Así, el amor por los mapas, que el autor denomina cartofilia, va más allá de los rudos conceptos académicos sobre la geografía convencional. Nos cuenta Jennings anécdotas, historias y curiosidades sobre esa manía de los humanos por representar el mundo sobre un papel desde los inicios de la Historia. Y entonces llegó un buen día internet y su concepción del mundo global, hablamos, claro está, de google earth y de sus infinitas posibilidades.

 

La obra de Ken Jennings. © Casa del Libro

Comenta el autor que nada hace pensar que los mapas se dejen de utilizar por las nuevas tecnologías digitales de la información y la comunicación. Todo lo contrario, lo que ha ocurrido no es otra cosa que el mapa ha saltado de las dos dimensiones del papel a las tres del espacio digital. Hagan una prueba, instalen en su iphone, por ejemplo, la aplicación de realidad aumentada. Sin comentarios.

Ya no existen las distancias, pues una calle de Macao, para el que esto escribe, se puede recorrer en unos segundos, mucho antes que una de nuestra propia ciudad. Pero el coleccionismo seguirá más o menos igual, agarrado a las ansias de guardar o de preservar del tiempo los objetos que nos fascinan. Como decía Walter Benjamin, coleccionar es una forma de recordar mediante la práctica, aunque sean mapas, sellos de correos o sobres de azúcar.

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