Anna Karenina fue llevada al cine una vez más en 2012 con la participación estelar de la actriz británica Keira Knightley. © Laurie Sparham
¿Han entrado en alguna ocasión en el mundo de Ana Karenina? Ya saben, si lo hacen, quedarán atrapados para siempre. Es una de las obras literarias fundamentales, de las que se nos antojan imprescindibles. ¿Un novelón de más de mil páginas puede ser entretenido? Aunque no lo parezca —añadamos aquello de novela de verano por el «tiempo» del que se disfruta en vacaciones— los clásicos son fundamentales, no han atravesado las modas por alguna razón misteriosa.
Si la novela es, según Miguel Delibes, «un intento de explicación del corazón humano que es casi siempre la misma contada con diferente entorno», poco nos importa trasladarnos, de la mano de León Tolstói a la Rusia de los zares, de las miserias de la nobleza y la crudeza del campesinado, que ya ha sido liberado de la servidumbre. Pero todavía hay más, pues la novela cuenta la historia de un adulterio en las circunstancias concretas de la alta sociedad rusa en la segunda mitad del siglo XIX, que no se libra de las críticas y los valores anticuados de una aristocracia caduca.
Desde las primeras líneas avanza la narración sin dejar al lector otra opción que seguir las andanzas de Ana Karenina, del conde Vronsky, de Levin con sus quehaceres agrícolas o las comidas pantagruélicas de Stiva, etc… Una sociedad como la nuestra, muy cercana y por ello puesta frente al espejo de la realidad. Tolstói pretende juzgar con saña, abomina de la infidelidad, de la riqueza y el progreso como defiende uno de sus personajes, pero es juzgado también por el mismo lector: nosotros en el siglo XXI.
Así se suceden las páginas, los días como lector van pasando, pero la vida azarosa de los personajes no te deja respirar. ¿Cuánto daríamos por ser seducidos por Ana Karenina tomando un té mientras se habla de familiares que hace unos días han fallecido en San Petersburgo? Nada mejor que pasar en el campo unas vacaciones con Tolstói —que ya es un personaje en sí de la trama— y, mucho mejor, en compañía de Levin segando el heno fresco al principio de la primavera.
Cuando se la lean y pasen unos meses, sentirán los mismo que Orhan Pamuk, os lo aseguro. Hace unos años escribió un ensayo —en verdad, una antología de sus clases sobre Literatura en varias universidades norteamericanas— sobre el significado de la novela. Para ilustrar por qué se siguen escribiendo novelas, hablaba del momento en el que Ana Karenina lee en un vagón de metro mientras escucha voces en el andén. Léanlo otra vez, descubrirán el porqué.