La actriz Jennifer Lawrence pasó un mal rato durante la sesión de fotos con una boa constrictor de cola roja colombiana. © Patrick Demarchelier

Mujeres y serpientes, ya se pueden preparar mentalmente para salir indemnes de este cóctel abrasivo. Habrá que empezar por apartar estratos en esa comunión mística (!) entre reptiles sin patas y mujeres. ¿Hablamos de las mujeres que las abrazan? ¿De las féminas que bailan con ellas enroscadas? ¿O con aquellas que posan simplemente, y con reparos, en los hoteles de lujo del Caribe durante unas idílicas y masificadas vacaciones? Porque una serpiente siempre es femenina, ¿no? Reptarán por ahí señoros serpientos, pero quedan muy lejos del motivo de este modesto artículo.

Salma Hayek bailaba con una de ellas en Abierto hasta el amanecer, Eva llegó a hablar incluso con una en el paraíso, que ya hay que tener ganas de platicar con un animal de estas características cuando en realidad era Satanás. La serpiente es portadora del pecado que lo ofrece en forma de manzana (o un higo según otros), así que sumen pecados sin parar mentes calenturientas. Sumen también sus pieles, finas y a la vez cuarteadas en un estampado terrorífico, y compárenlas con la tersura de la piel de toda una Jennifer Lawrence, como muestra la fotografía alusiva de este texto bienintencionado, aunque no se lo crean. Y algunos recordarán a Nastassja Kinski posando para Richard Avedon, pues también. Un lujo intimar con la Kinski junto a una pitón de más de tres metros.

No les puedo engañar, los saurios no molan, pues mezclarlos en la pira del amor y en las cloacas del deseo produce (es una forma literaria de expresarse) una inquietud que raya en el pánico. El que esto escribe le hace tilín las praderas americanas y las manadas de bisontes más que una boa constrictor o un piel roja oteando el horizonte más que los movimientos de una mamba verde. Qué le vamos a hacer, será por aquello de no pertenecer a una generación digital. Pero si una mujer se insinúa o, sin querer queriendo, pone sus ojos en el horizonte mientras se pasa por el cuello una serpiente, el relato —como dirían los modernos— cambia bastante.

Y si mezclamos cuerpo desnudo con la serpiente o, para fetichistas recalcitrantes, unos pies descalzos mientras se escucha el siseo amenazador de una cobra de cascabel, la película queda completa (así funcionan las mentes de los fotógrafos de los calendarios). Con estos giros de guion nos podríamos llevar un buen rato, añadiendo y quitando factores como los documentos anexos en pdf. En la ficción no me gustaría convertirme en todo un Thulsa Doom, la verdad, da un poco de grima eso de convertirse en un crótalo en plena fiesta-orgía. Es mejor arrimarse a la princesa, la hija del rey Osric, aunque haya que rescatarla del culto a la serpiente.

No crean, esto de la adoración de las serpientes no es nuevo, ahí tienen a la emplumada, de nombre impronunciable y que mandaba al sacrificio a sus hijos, aunque no sabemos si había mujeres de por medio (habrá que preguntárselo a Mel Gibson). Y así aparecen en los lienzos de media Europa, hostigándonos desde hace siglos esa extraña combinación entre ofidios y mujeres que, literariamente hablando, sus cuerpos se ondulan como las serpentes latinas, las serpes escondidas de Luis de Góngora y con los ojos fríos, sugerentes y amenazadores de las víboras que nos avisan del pecado desde lo más profundo de las selvas.

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